Crecer es doloroso, por eso muchos lo evitan
Tener una creencia es tener certeza y seguridad de un conocimiento del que no se duda. Y estos no son tiempos de creencias, ni de certezas. Lo desconocido genera incertidumbre y nos alerta de un potencial peligro incontrolado. La sociedad toda está cambiando y la incertidumbre crece.
Por lo general, no somos conscientes de que la incertidumbre es inherente a la existencia humana. Pretender tenerlo todo controlado no es más que una manifestación de nuestra inseguridad, del miedo a perder lo conocido, y por ende, no saber cómo lidiar con la incertidumbre. Cuando somos adultos, ese miedo es aún mayor. Necesitamos el control para poder manejarnos por la vida. Y si vamos con seguro, mejor.
Hasta que la pandemia entró en nuestras rutinas creíamos tener el control. Nuestras necesidades y expectativas se adaptaban a la realidad y en cuanto esto no sucedía, nos chocábamos contra la pared de la frustración, y volanteábamos hacia otro lado. Nunca tuvimos “tiempo” de reconocernos incapaces, o frustrados, o simplemente enojados o doloridos. Nos habíamos instalado en una aparente y segura vida “normal”, en la que todo estaba bajo nuestro control y exento del mínimo riesgo. Donde mayormente era “perder tiempo” estar a solas, ocuparse de “uno mismo” o repensarse (ni hablemos del sentirse).
En ese entonces, los roles estaban bien definidos y cada uno de nosotros se aseguraba de cumplirlo. Nos diferenciábamos claramente los unos de los otros. Cada quien con su rol en la espiral de la vida: de madre, de sano, de secretaria, de ejecutivo, de pobrecita, de enérgico… con la vestimenta apropiada, las fotos adecuadas y los menúes complementarios.
Hoy nada de eso existe. Todos somos iguales bajo el mismo cielo y esto lo dejó en claro la pandemia.
Y ahora qué? Cómo nos diferenciamos? Qué mecanismo podemos usar para volver al rol, para poder mostrarme ejecutivo, modelo o gourmet? Para eso están los recuerdos. Y qué mejor que las redes sociales para recordarme y recordarle al mundo que viajé a Miami en el 2018 y que tuve el pelo lacio en el 2019.
Ahora, cuando nos cansamos de ser iguales bajo el mismo techo, necesitamos diferenciarnos.
Recordar es traer a la memoria propia algo percibido, aprendido o conocido… Hacer y tener presente una cosa o hecho… Claro que a mí me lo recordó Facebook, yo nada tengo que ver. Solamente lo comparto.
Comparto con ustedes quien fui hace unos años atrás.
Donde estuve, donde viví, cómo me veía, cuánto salía, dónde comía…
Tiempo pasado, señores y señoras.
“Atravesamos por tiempos extraños de muchos sentimientos encontrados, es comprensible que sea para muchas personas un tiempo de nostalgias…”
Resulta ser que la nostalgia está centrada en el aspecto del “recuerdo del bien perdido”… sea una persona, un país u otros… y la melancolía es un estado de ensoñación atascado en algún hecho emocional del pasado que le fue grato, es recordar los “momentos placenteros”, fijarlos e idealizarlos.
Cualquiera sea el nombre con el que deseemos regresar al pasado, estamos construyendo una fantasía para no estar en el presente. Idealizar situaciones, momentos, personas, hace que nos olvidemos de la otra parte de la historia, la parte donde hubo una ruptura, una partida o un final.
Más o menos inconscientemente, lo que sólo intentamos es revivir la alegría del pasado y para vivir la emoción de la pérdida. A lo real.
Lo que Fritz Perls (maestro de la Teoría Gestáltica) llama la segunda capa de la neurosis o la “capa sintética” es la neurosis diaria donde representamos roles, donde jugamos “a ser…” contador, maestra, solitaria, policía, enferma, clásica. Son estratos superficiales, sociales, los estratos del “como si”. Nos hacemos los que somos mejores, más rectos, más correctos, más copados, de lo que realmente somos. Gran parte de la vida pasa por esta capa donde la mayoría hace “un show” de lo que no somos porque “nos falta el apoyo, fuerza, deseo genuino, talento genuino.” Si trabajamos y atravesamos este juego de roles, si nos quitamos las máscaras, ¿qué vivenciamos entonces? La sensación de estar atascados, perdidos. La falta de control. La incertidumbre. Los afectos que no están, Los roles desarmados.
Como seres humanos que somos, evitamos el sufrimiento y especialmente el sufrimiento de la frustración.
Estamos mal acostumbrados y no queremos atravesar “las puertas del infierno del sufrimiento” y continuamos manipulando el mundo en vez de sufrir los dolores del crecimiento. Esta es la eterna historia.
Y esta es la gran dificultad que veo…
Al llegar a las partes difíciles, muy pocos sufrimos los dolores de la autenticidad. La sanación, el cambio de paradigmas, de ideas preconcebidas, llevan tiempo y muchos palos en la rueda.
No hay manuales para vivir mejor, mucho menos para sanar, como personas y como sociedad. Sin embargo, creo que la clave es poner amor ahí donde falta, poner luz en la sombra y comprender con humildad lo que realmente somos, para comprender lo que es, lo que hay, lo que está pasando aquí y ahora.
Dicen que nadie salva a nadie. Y si bien entiendo que la decisión y el trabajo son necesariamente un proceso personal, hay gente que ayuda de manera increíble.
Hay miradas que devuelven la fe. Palabras que pueden ser puentes. Oídos que sostienen en la tormenta.
Hay personas que ayudan en comedores, que dan clases gratis, que acompañan gente. Hay medicamentos que llegan a geriátricos, pañales que van a casas solidarias, manos que ayudan de manera invisible. Imperceptibles, sutiles, sin vociferar ni propagandear. Sin posteos en redes sociales. Sin fotos.
Sanar es un salto al vacío. Y cada uno está listo para darlo cuando puede. Hay muchas maneras de recuperar lo perdido como seres humanos.
Mientras tanto, también recordar, aparentar, crear ilusiones… nos salva de la realidad.
Andrea Busceme
Periodista – Terapeuta
@mensajesenelcuerpo