Al repasar el tiempo transcurrido desde la navidad pasada, advirtió que la vorágine había superado toda posibilidad de reflexión cotidiana. La incesante demanda de presiones otorgada por sus exigencias familiares, por las “tentaciones” de la vida consumista, por algunos man- datos primarios aun latiendo, había punzado la capacidad de sentir cada momento con presencia e intensidad. Sin embargo, la aproximación de las fiestas de fin de año comenzó a movilizarla y, cómo si reposara frente a una pantalla gigante, algunas escenas se sucedieron. Advirtió que esa mujer alienada era y no era ella al mismo tiempo. Tuvo que detenerse y dejar que las sensaciones se hicieran cuerpo para reconocerse. Un paréntesis silencioso se instaló en su mente y advirtió cierto desentumecimiento. Respiró profundo. La densa red nerviosa que anudaba el estómago dejó pasar el aire. Al centrar su atención sensitiva en la capacidad de exploración que iba ganando espacio en su cuerpo, un extraño efecto de animación afloró. Advirtió tensiones macizas, trató de relajar la cabeza y el cuello que parecían estar sostenidos por una estaca. Luego vinieron una cadena de suspiros y bostezos. Bocanadas de aire salían de su boca, indicadores importantes de que ya no retenía el aliento. Durante esos meses había estado contenida sin permitir dejar fluir la respiración. Pero esta facultad de reflexionar le otorgó la posibilidad de reconciliarse consigo. A medida que exhalaba se descomprimía su enojo e iba mermando la sensación de haber vivido un “tiempo perdido”. Se dejó llevar por esa maravillosa descompresión. De tanto aire que brotó, necesitó vol- ver a abastecerse. Y esa respiración nueva le concedió la impresión de recomposición, el cuerpo desechó las impurezas y pudo rescatar algo muy valioso: lo que le había enseñado ese modo de vivir su año. Afloraron en su mente como destellos de luminosidad que abrieron espacios. Tuvo la certeza de que algo se había desentumecido. Y, aunque tomó conciencia de que muchos días de esa vida la habían convertido en un ser dormido ante las oportunidades de sentir placer, de acercarse de otro modo a sus seres queridos, recuperó su capacidad de renacimiento. Solo al visualizarse como un ser que avanzaba como hipnotizado con la intención de cumplir con las demandas anestesiando cada vez más su capacidad de discernimiento, la llevó a interrogarse si eso era realmente lo que deseaba o si necesitaba realizar ciertos cambios ante una rutina tan “cómodamente” establecida y actividades que le quitaban la posibilidad de disfrutar de vínculos importantes. Así aparecieron señales vitales que increparon, insistieron en avanzar hacia una renovación, nuevos aires que colorearon sus pensamientos, que la reconciliaron con cada momento vivido como parte de su crecimiento. Decidió entonces comprometerse con el malestar de otra manera. Cuando asomó lo palpó, lo nombró y no lo adormeció. Pudo escucharse y penetrar hondo en ese trayecto, en cada parte de su itinerario. Intentó recobrar esa savia que andaba escondida entre la vorágine y no lograba percibirse. Nada de sufrimiento, emociones develadas y alivio. Y llegaron las fiestas de fin de año, pudo vivirlas res- pirado optimismo, algo se abrió para advertirle que una bella etapa se iniciaba. Todo por venir.
Alejandra Brener
Terapeuta corporal bioenergetista
espaciotierra@gmail.com