La voluntad de hacer vs. el conocimiento

Decía un filósofo, la estupidez no es falta de inteligencia, si no falta de voluntad”. 
Nacemos sin saber y vamos construyendo el mundo con cada paso, cada movimiento, cada gesto. Cada acierto o acción que da en el blanco nos alienta a seguir con mayor entusiasmo por aprender; pero no nacemos sabiendo de qué se trata esto de empezar a movernos en un mundo desconocido, jugándonos la vida en el aprendizaje de evolucionar y conocer al mismo tiempo, el medio en donde vamos a desarrollarnos. En este proceso llegan las equivocaciones y los errores que nos alientan a poner más voluntad, o nos asustan y desalientan, retirándonos del intento. Atravesar por la experiencia del aprendizaje, aciertos y errores, nos conduce al “Saber”, y este es fundamental para adaptarse o adaptar el entorno.
Una etapa posterior de aprendizaje -más social- nos demuestra que el “Saber” es premiado y el “No saber” es castigado. Uno es ventajoso y el otro desventajoso; el primero nos hace quedar bien y el segundo nos hace quedar mal. Uno nos califica ante los demás y el otro nos descalifica, por lo que tratamos de evitar a cualquier precio errar o equivocarnos antes de tiempo, y cuando lo hacemos ya es tarde. Aquí hay una falta de entrenamiento o de “experimentación” a través del error. Comprender que equivocarse no es un pecado, es errar el blanco en el proceso de aprendizaje. Es más importante aprender a afinar la puntería, que solo dar en el blanco por un golpe de suerte.
El sistema adoctrina nuestro comportamiento en ser eficientes y funcionales, a no equivocarnos, no cometer errores y a no meternos donde no nos llaman. Aprendemos a memorizar tratados, leyes, normativas y regulaciones, ecuaciones y protocolos y a obedecer y seguir las reglas. No hay lugar para el error, por eso es tan importante cometerlos en el proceso de aprendizaje. Salimos de esta etapa con el saber fundamental bajo el brazo, como si supiéramos lo que hay que hacer con él, y nos encontramos con que no entendemos el mundo, ni dónde se aplica lo memorizado. Pero ahora ya es tarde para equivocarse.
Aquí comienza la tercera etapa de aprendizaje, que es la aplicación de ese saber, confrontando lo aprendido con la realidad. Y es allí donde empezamos a darnos cuenta de que el mapa no es el territorio. Una cosa es marcar con una regla el trazo a recorrer, repasar el lienzo con el dedo, o calcular la ruta en el Google Maps, y otra muy distinta es transitarlo. Más allá del fracaso o del éxito en nuestros aprendizajes, fuimos construyendo un modelo propio del mundo y ahora actuamos en él para sostenerlo. Cuando este modelo no se ajusta al entorno, o sufrimos nosotros o sufre el entorno.
Algunos intentaremos modificar el mundo y otros intentaremos adaptarnos. Según las reglas de autoexigencias de mi modelo del mundo, puedo enfrentarme a lo desconocido o retirarme, dejándole el lugar a otros para que me allanen el camino y no tener que enfrentarme a lo desconocido. Puedo quedarme también, confortablemente adormecido en lo ya conocido y probado por otros. Esta diferencia entre los que hacen y a los que les sucede, cada vez es más amplia y profunda, aunque no seamos conscientes de que lo que me sucede, ha sido provocado, como consecuencia de las acciones de quienes hacen. 
Una buena posición no siempre la conseguimos por un esfuerzo de voluntad, a veces basta con estar a la hora correcta en el lugar indicado. Pero mantenerse en una posición, elevarse sobre ella o trascenderla, depende de cuanto nos animamos a hacer para lograrlo, cuando nosotros mismos somos el límite. El no saber, nos es consecuente del no poder. En el poder hacer, está la voluntad, y esta no depende del saber, sino limitaría todo aprendizaje. La voluntad nos empuja a hacerlo sin saber y aprender en el intento. En el saber hacer, está el expertise, pero también dependerá de la voluntad de poder hacer, el realizarlo. 
Trascendernos a nosotros mismos implica saber que el No Saber, es parte de la experiencia. El Saber y el No Saber se combinan en la rueda de la experiencia, y ambos crean la realidad, son indivisibles. Podemos saber mucho, pero nunca saberlo todo. Siempre será mayor lo no conocido, que lo conocido. Aquí se da la sincronicidad de los acontecimientos entre lo que somos conscientes y de lo que no. 
Cuando alcanzamos nuestra propia cima, ya no importan más el éxito o el fracaso, el acierto o el error. Como en el Amar, el No Saber, es lo que nos hace libres para amar. Es la confianza plena en el amor, lo que nos lleva a amar y no lo bien que conozcamos al otro. El no conocer al otro en su inmensidad, el no saber qué nos deparará el momento siguiente, el no encontrar una respuesta al porqué de un sentimiento tan profundo, y el no conocer la mayoría de las respuestas a los misterios de la vida y el mundo, no nos limita, sino que generalmente nos alienta a intentar, a buscar a conocer y a experimentar.
La Verdad se esconde en el Saber, pero quien no acepta que no sabe, no puede encontrarla. El misterio de la vida que se encierra en el No Saber, se nos abre a la mágica sorpresa constante, en la aventura del aprendizaje, si estamos dispuestos a recorrer este proceso. Parafraseando a un gran filósofo, “sólo sabemos que no sabemos nada” pero igual lo atravesamos.

Por Ignacio Conde
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