Un artísitico «despertar»

El rigor de la exigencia punzaba su capacidad de descanso. Cada tarea le producía como una erosión de su vitalidad. Converti – da en un ser excesivamente demandado, se dormía ante la oportunidad de dar prioridad a eso que le gustaba hacer, y, aquel momento de goce, quedaba cómodamente guarda – do en algún lugar de su cuerpo. A medida que pasaban los días, anestesiaba cada vez más esa fuerza que la llevaba a hacer lo que le gustaba. Sin embargo, cada tanto, reaparecía e increpaba. Su vida se había convertido en una vorágine vertiginosa. Las tensiones corporales iban trepando por su cuerpo hasta instalarse en su cabeza y despertar importantes migrañas. El cuerpo rígido se movía como accionado por un motor, hasta que, hubo tanta presión sobre la nuca que vinieron mareos y nauseas.
Ella contaba con una habilidad que siempre la ayudó durante su escolaridad y formación profesional y era su gran capacidad de análisis y abstracción cognitiva. Sin embargo para la vida emocional de su cuerpo le generó costos altos. Su excesiva racionalidad funcionó como una gran barrera impidiendo varios intentos por llegar a la voz de su corazón, a lo que realmente deseaba. Solo le dio pequeños y contados instantes para dejar salir su pasión: la pintura. Pero como eso no era “rentable” no le dedicó tiempo y valor y quedó allí agazapado entre tantos asuntos “importantes”. Su carrera laboral estaba en la cresta de la ola, ganaba mucho dinero, su agenda parecía un gran mamarracho de tantos compromisos organizados y su imagen como profesional “exitosa” era una construcción que, día a día, se fortalecía.
Silvia, hoy puede decir que, mientras intentaba convencerse de que esa era ella y forzaba una sensación de bienestar como consecuencia de ese halo de “éxito”, había otra singularidad que iba ganando espacio adentro. Esa singularidad estaba escondida en algún lugar de sus corazas musculares. Había aprendido que una presencia constituida por un cuerpo excesivamente erguido, dispuesto a clavar miradas filosas para ser respetado, que hablaba con cierto dejo de soberbia, descansaba en la certeza de que esa era la forma de generar autoridad. Pero tal postura constituía una armadura montada merced a muchos miedos. Su cuerpo era pura muralla y andaba por la vida con la creencia de que nada podía sostenerla si ablandaba tanta dureza. Mucho después logró comprobar que, si quebrantaba la coraza sucedería todo lo contrario, identificaría el origen de eso que la había blindado.
Esta situación era muy perturbadora, experimentaba una ansiedad que la inundaba y no tenía manera de salir de ella. Sabía, desde la razón, que existía un peso aplastando su necesidad de cambio. Sin embargo, algo se le imponía para que no emergiera. Ese peso lo llevaba sobre sus vértebras cervicales. Cada tensión parecía un paquete enmaraña – do de temores que amenazaban cada día con una nueva migraña. Sabía, desde la razón, que había fuerzas boicoteándola, pero le faltaba el impulso para desmembrar esa densidad tan fatigante.
La migraña seguida de náuseas y vómitos la “despertaron” y se sorprendió de cuanta fatiga física y carga había acumulado sobre su cuello. Y así, desde adentro, le vino el impulso, comenzó a pintar y a pintar y a darle más espacio a su arte. Esa actitud fue el inicio de posteriores cambios, si bien no dejó de aprovechar ese talento e inteligencia cognitiva para su trabajo formal, el encanto de la expresión la convirtió en una mujer más relajada, alegre, sumó humildad a su disposición frente al otro, vitalidad y, lo más importante, se acabaron las migrañas, vómitos y náuseas.
Hay una frase maravillosa de Fedora Aberastury que dice: “Seré, no importa cuando, la vida está dentro mío”

Alejandra Brener
Terapeuta corporal bioenergetista 
espacioatierra@gmail.com

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