A veces hablar y pensar demasiado va llenando la mente de palabras y más palabras. Hay algo en esa retórica que encadena y embotella creando una completa confusión. Las palabras se convierten en un refugio y la atmósfera del ambiente en un desierto sin silencios. Lanzamos una frase detrás de otra y un monstruo brutal agitándose en el interior pide más y más palabras. La palabra pesa demasiado sobre los hombros anquilosados y exhaustos. Advertimos como una especie de acoso mental, un ronroneo reflexivo que da vueltas y vueltas. A esto lo llamo pensamiento maquinal. Es una hoz que mina nuestra tranquilidad. Es como una cascada interminable de palabras que no podemos detener. Una mente sobre exigida obstaculiza la frescura de la gracilidad, genera pesadez, pensamientos monótonos e incluso abrumadores. Para liberarnos del pensamiento maquinal es necesario que la palabra le ceda el paso al silencio. Solo de este modo puede comenzar a asomar el lenguaje del cuerpo que permitirá alcanzar un estado de intuición sensorial. Esto nos proporcionará más herramientas para un contacto pleno con nuestra esencia o sí mismo corporal. Dedicarle mucho tiempo a rumiar pensamientos deja al cuerpo debilitado y con sensación de agobio que, a veces, reaviva constelaciones de pronósticos dramáticos. La identificación con nuestra mente es una espiral incesante que se vuelve compulsiva. Cuando la mente dirige la atención hacia el exterior y lo que ocurre en el mundo nos afecta, la experiencia que nos llega es su efecto en el cuerpo. En este sentido, la experiencia es un fenómeno corporal. Por esto, los dolores son producto de situaciones traumáticas que quedaron ancladas mucho después de haber sido vividas. Las emociones son hechos corporales, son movimientos o alteraciones dentro del cuerpo que se hacen conscientes cuando hay algún estímulo que las reedita. Pero no es tan fácil llegar a ellas porque el poder del pensamiento, en ocasiones, se interpone: la razón se las ingenia para construir muros “protectores”. Además, los pensamientos generan emociones que comunican, y esto se refleja en nuestro sistema energético. Cuando, por ejemplo, estamos preocupadas, preocupados, los pensamientos generan miedo y este estado, sostenido en el tiempo, afecta el funcionamiento de nuestro organismo. La identificación con la mente también nos conduce a racionalizar las emociones. La mente reconstruye la emoción limpiándola de su naturaleza esencial y se establece como única puerta de acceso a nuestros sentimientos. Este mecanismo de defensa de la mente coarta el entrenamiento de la capacidad intuitiva y les resta confianza a las percepciones espontáneas. En general la gente reconoce como una creencia “loca” el hecho de escuchar voces. Sin embargo, todos las escuchamos cotidianamente porque nuestra mente no deja de hablar. Llevamos en nuestro interior procesos involuntarios de pensamiento que se nos hace difícil detener. Son como monólogos que se convierten en diálogos con consejos, supuestos, dichos de otros que intervienen en ese intercambio. Esta especie de acoso mental puede ser más o menos intenso. Ser testigos silenciosos, contemplativos, sin asumir un lugar de juez o jueza, es una opción para comenzar a abordar este ronroneo constante que molesta. El hecho de ubicarnos como observadoras, observadores, nos permite ver e investigar aquello que rodea a los pensamientos y, ese entorno, es nuestro propio cuerpo, nuestra presencia. Se trata de un instante que va más allá de la razón. Y, si nos conectamos desde las voces del cuerpo, derribaremos ciertos muros que no nos permiten expresar emociones y deseos profundos.
Alejandra Brener
Lic. en Ciencias de la Educación
Terapeuta corporal – Bioenergetista
alejandrabrener@gmail.com
/Alejandra Brener Bioenergética
@espacioatierra