Cuando tierra y agua se mueven, y se llevan todo: vidas, ilusiones. Cuando la guerra interesada arrasa con justos y
pecadores. Cuando vamos al cuarto oscuro para elegir al menos malo…
A qué nos aferramos? ¿Cómo seguimos adelante? ¿Agradecemos porque a nosotros no nos tocó? ¿Nos comportamos como espectadores?
Estamos pasando a diario por situaciones límite.
Como si nos estuvieran sometiendo a duras pruebas, atravesamos cada día los pequeños horrores cotidianos.
A cada uno le toca de distinta manera, y cada uno hace lo que aprendió, o lo que puede.
¿Es posible tener buenos deseos cuando pareciera que todo
está mal?
¿En épocas de crisis, aportan algo quienes actúan desde
el bien?
Ya en otra de estas columnas decíamos que la realidad es producto de la imaginación, que lo que vivimos es fruto de la unión de los pensamientos.
Y pareciera que en estos días más que nunca estamos soportando el peso de esa realidad que fuimos construyendo. Cuando el bien común desaparece de las miras, para dar lugar a los intereses personales, el resultado es lo que estamos viviendo hoy.
Como ciudadanos comunes, no es poco lo que podemos hacer para impulsar un cambio permanente que nos catapulte hacia una forma de vida más justa y equilibrada.
Llevar a la práctica toda una batería de pequeñas normas de conducta, puede conducirnos a un cambio individual que operará como un “efecto dominó” en positivo.
No es necesario dictar fórmulas o recetas.
Todos conocemos la forma de actuar y comportarnos con miras al bien común.
Únicamente llevando a la práctica las normas elementales de convivencia, podremos construir un país –un mundo- más justo y solidario.
M.S.F