Durante prácticamente la totalidad del año 2020, se produjeron muchos casos complicados y graves de COVID-19 que llevaron a la internación de los pacientes y lamentablemente a la muerte de un porcentaje considerable de los mismos.
Hoy en día, gracias al alto grado de gente vacunada con dos dosis de vacuna anti-COVID 19 y la experiencia ganada por el personal de Salud sobre cómo manejar y responder ante un caso de COVID-19, es que el número de infectados, y más importante aún, la tasa de aparición de casos graves de la enfermedad desciende de manera vertiginosa.
Sin embargo, aquellos pacientes que han experimentado la enfermedad, ya sea en forma leve o grave, y aquellos que, pese a estar vacunados, aún podrían contraer la enfermedad, deben aún enfrentar un aspecto perjudicial de la enfermedad, inclusive luego de la recuperación de esta, que consiste en los efectos post-COVID-19 o post-enfermedad (secuelas que quedan en nuestro organismo tras haber sufrido COVID-19). Entre estos efectos post-COVID-19, uno de los más reportados son los daños al corazón inclusive en personas que no sufrían anteriormente de problemas cardiovasculares o que no padecieron la forma grave de COVID-19 y que por ende estuvieron en sus casas mientras transitaron la enfermedad sin necesidad de internación. Entre estas secuelas post-COVID 19 está la miocarditis (inflamación del músculo cardíaco) que puede devenir en un infarto (muerte) del corazón. Según un estudio, de septiembre de 2020, de la Asociación Americana de Cardiología, aproximadamente un 25 % a 30 % de los pacientes que padecieron COVID-19 sufrieron de problemas cardiovasculares detectables durante el transcurso de la enfermedad, siendo estos problemas cardíacos responsables del el 40 % de las muertes por COVID-19. En otro estudio similar publicado en julio de 2020 en la revista científica JAMA Cardiology, se descubrió a través de estudios de imágenes de resonancia magnética cardíaca que en un grupo de 100 pacientes en Alemania que sufrieron COVID-19 (la mayoría sin internación) y luego de 2 a 3 meses de haberse recuperado de la enfermedad, se detectaron anormalidades del corazón en el 78 % de los casos y en un 60 % miocarditis.
Un estudio más reciente, de agosto de 2021, llevado a cabo por investigadores del Centro de Epidemiología Clínica de Veteranos de Saint Louis, Missouri – EE. UU., en más de 150.000 veteranos de guerra, sugiere que los problemas y complicaciones cardíacas (trombos y/o insuficiencia cardíaca) y/o cerebrovasculares de los pacientes que han sufrido COVID-19 y se han recuperado, pueden llegar a manifestarse hasta un año después de la enfermedad.
Aquellos pacientes que sufrieron la forma leve (no hospitalizada) de COVID-19 tuvieron un 39 % más de probabilidad de desarrollar un trombo sanguíneo o insuficiencia cardíaca y un riesgo 2,2 veces mayor de desarrollar una embolia pulmonar en comparación con quien no sufrió COVID-19.
Para el caso de pacientes con COVID-19 que requirieron hospitalización, el riesgo de padecer a futuro un paro cardíaco es de 5,8 veces mayor y de 14 veces de padecer miocarditis.
Para los pacientes con COVID-19 que requirieron de cuidados intensivos, el riesgo es aún mayor: 1 de cada 7 sufrió un evento cardíaco adverso dentro de los 12 meses de su recuperación. Sin llegar a las conclusiones indeseables de este estudio, mucha gente manifiesta no poder recuperar su nivel pre-COVID de rendimiento físico o vitalidad o bien manifiesta sufrir de un cansancio que antes no tenía. En estos casos no se puede predecir si tal fatiga se debe a que los pulmones necesitan un tiempo extra para recuperar sus funciones de oxigenación habituales o que hay subyacente un problema cardíaco que antes no existía. Al mismo tiempo, del otro lado del Globo, en Japón existió un furor entre la población para aumentar el consumo de un alimento milenario de ese país denominado natto o queso vegetal.
El natto consiste en brotes de soja fermentados por la bacteria Bacillus subtilis natto. En Japón, se le asigna al hábito del consumo de natto ser una de las causas de la alta longevidad y buena salud del pueblo japonés. De esta forma los stocks de natto en los supermercados se agotaron rápidamente ya que se había hecho rodar la noticia o presunción, allá por junio de 2020, que el natto podría servir para prevenir o mitigar los efectos del COVID-19. Si bien esta creencia no pasó de ser un rumor o folclore popular, los hechos mostraron que en aquellas regiones de Japón donde es más común el consumo del natto, se reportaron los menores índices de COVID-19 y las formas más leves de la enfermedad. Recién a mediados de 2021, se publicó un artículo científico en el cual se demuestra la capacidad del alimento natto de inactivar, in vitro, al SARSCov2 responsable de la enfermedad.
Si bien aún faltan estudios in vivo, en seres humanos, este trabajo brinda un sostén científico para justificar el aumento del consumo de natto
durante la pandemia en Japón. Aunque aún tampoco se ha identificado la causa por la cual el natto podría inactivar al agente causal de la COVID-19, un firme candidato es una proteasa producida por la bacteria Bacillus subtilis y presente en este alimento, denominada natoquinasa. Esta proteasa ya posee diversas propiedades beneficiosas para la salud humana como ser su efecto inhibidor de la formación de trombos, previniendo principalmente de accidentes cardiovasculares y de sus propiedades in vitro de degradar al péptido beta amiloide y gliadina, proteínas asociadas a las enfermedades de Alzheimer y Celíaca, respectivamente.
Podría ser que la natoquinasa degradase a la proteína Spike (o espícula) del SARSCov2 que funciona como modo de anclaje del virus al receptor ACE2 de las células humanas, por el cual se produce la unión y penetración del virus en nuestras células.
Al inactivar la natoquinasa a la proteína Spike (espícula) del coronavirus se podría prevenir la infección o al menos disminuir la gravedad de esta. Ahora bien, aunque aún faltan estudios en humanos que confirmen estas presunciones, lo cierto es que el alimento natto a la par de ser tal vez el alimento más saludable que existe en el mundo, también es (por su fuerte sabor y aroma a amoníaco) uno de los alimentos más “indeseables” para consumir; además de no conseguirse en los supermercados o en las dietéticas de nuestro país.
La proteasa natoquinasa se puede conseguir en Europa como suplemento dietario, pero tampoco está disponible en Argentina. Lo que sí puede encontrarse aquí es un probiótico, que está formulado en base a esporas de la bacteria Bacillus subtilis natto (Probiótico Kyojin, cepa DG101) que tiene la particularidad de formar esporas muy resistentes. Las esporas poseen la robustez de una roca y la latencia y vitalidad de una semilla. Estando el Bacillus probiótico como espora, es inerte y resistente (no requiere refrigeración y es sumamente estable) pudiendo incorporarse a diferentes alimentos más allá de los probióticos lácticos tradicionales derivados de la leche (yogures probióticos).
La espora probiótica ingerida con algún alimento (sólido o líquido, frío o caliente), sin alterar su sabor, gusto o aroma, atraviesa, con la robustez de una roca, de manera exitosa el ambiente inhóspito del estómago y arriba totalmente viable al intestino, donde a la manera de una semilla germina dando lugar a la aparición del probiótico activo.
Agregado a la potencialidad de la natoquinasa (producida por la cepa DG101) están sus efectos beneficiosos a nivel intestinal, nervioso y metabólico, además de favorecer el desarrollo y proteger al otro tipo de bacteria beneficiosa o probiótica presente en la persona: las bacterias lácticas, aumentando su cantidad y actividad.
Estos hallazgos muy recientes refuerzan la tendencia médica internacional (aún muy incipiente o ausente en nuestro país) sobre la importancia de fortalecer nuestra salud ayudando a la prevención de infecciones, como la COVID-19 o sus efectos posteriores, a través del consumo de probióticos.
NR: las referencias científicas relacionadas a esta nota se encuentran disponibles en la versión digital en www.convivirpress.com
Roberto Grau
Dr. en Bioquímica, Pew Latin American Fellow in Biological Sciences, Fulbright International Scholar, Profesor de Microbiología de la UNR e Investigador del CONICET.