Vapuleados, exigidos, sometidos a presiones; las personas bienintencionadas tratamos de seguir adelante con nuestra vida. Así fue siempre…
Cada uno a su manera tiene su cuota de contacto con el pesar y la desgracia.
Solo queremos tener un lugar donde refugiarnos, una cama, un plato de comida, cosas básicas que nos devuelvan a la sensación del regazo materno que nos protege y alivia.
Pero llega el día siguiente y nuevamente quedamos sumergidos en esta marea de acontecimientos.
Las fuerzas desatadas parecen dispuestas a barrer con la vida sobre el planeta. Los intereses inconfesables hacen
lo indecible para mantener su reinado y hegemonía. ¿Vamos camino a la destrucción de toda la vida?
Llegó el momento de realmente detenernos y pensar. Por el bien propio y el de toda la raza humana. Vernos como si el planeta todo fuera un océano azotado por una tormenta y nosotros -todos- estamos sobre un barco en el medio. ¿Qué tendríamos que hacer?
Lo primero sería ocuparnos de luchar para sobrevivir. Y una vez que la tormenta pase y las aguas se aquieten, ocuparnos de reparar lo dañado.
Si trasladamos esa imagen a la vida diaria, cómo sería ese luchar para sobrevivir. Es decir: ¿cómo hacemos para aquietar toda la cadena de acontecimientos que nos amenazan?
No hay fórmulas mágicas, y “a un tigre no se lo agarra por la cola”.
Entonces tenemos que saber que son momentos para actuar con mucha prudencia.
Lo primero es mantener la calma. Y luego, estar preparados.
Entre los remedios, el más importante es “no echar leña al fuego” = evitar contribuir al caos.
Convertirnos en un factor de coherencia y paz. Ser más solidarios que nunca, participar. Actuar con compasión y ponernos en el lugar del otro.
Porque el origen de este gran caos es mental.
Con pensamientos egoístas y desamorados fuimos cortando el equilibrio y desatando todas las tempestades. ¿O acaso no producimos nosotros, los seres humanos, este desequilibrio ecológico que hoy padecemos, por
ejemplo?
¿Y quién produce la violencia? Siempre la respuesta será el desequilibrio mental.
Porque una mente bien centrada comprende que cualquier desarmonía que provoque, a la larga le volverá en cualquier forma.
Para controlar este estado de tormenta, primero tendremos que permanecer en calma y armonía. Y luego entrar en acción, sabiendo cuál es la acción positiva, que nos va a permitir “campear” la tormenta. ¿Y si la acción es convertirnos en el otro?; entender sus razones, ponernos en su lugar.
Y no hacerle al otro lo que no nos gustaría que nos hagan a nosotros.
Comenzar a entender que todos somos lo mismo. Que nosotros somos nuestro peor enemigo, porque nos vuelve multiplicado todo lo que hacemos, si mal obramos. El cambio no se conseguirá de un día para el otro, hay mucho trabajo que hacer primero. Mucho por arreglar. Pero cuanto más tardemos en dar el primer paso, más cerca estaremos de ser destruidos para siempre.
Las verdaderas armas para defendernos son: solidaridad, compasión, amor desmedido y un irrefrenable deseo de vivir en paz.
Marta Susana Fleischer