El nacimiento y muerte de todas las cosas son dos aspectos interdependientes que no solo pueden explicarse desde la dimensión física de su acepción (cuerpo material que nace y muere) sino que adquiere sentido en la percepción de los hechos, las relaciones, los aprendizajes.
Vivir con la idea de que el tiempo no es una amenaza sino la evolución hacia la sabiduría, donde todo va a ir hacia un crecimiento interno, donde el miedo a la muerte física se vuelve atemporal, es un propósito divino. Comprender que el movimiento natural del universo unas veces toma, de manera espontánea, la forma de la vida o de la muerte, que la vida es simplemente una fuerza que aparece y desaparece bajo distintas apariencias, nos permite percibir cada situación con mayor serenidad. La muerte se manifiesta junto a la vida. Es la escolta de esa potencia que luego surgirá bajo una fuerza y se encarnará en otros seres. Es la antecesora de un nuevo renacimiento, es un legado. Y la vida es simplemente una fuerza que aparece y desaparece en este proceso de nacimientos y muertes que se encadenan en el universo. Con esta mirada comprenderemos que no podemos vivir para siempre pero sí vivir por siempre a través de lo que somos y hacemos, aunque nuestro cuerpo físico tenga finitud. Hay modos de trascender que van más allá de la forma.
Observemos, con cierta distancia, cuáles podrían ser nuestros legados, eso que damos a veces sin tener conciencia de la impronta que deja.
Desandemos ciertos recorridos vinculares. Probablemente ha habido relaciones que no nos han hecho bien y tuvimos que “dejarlas ir”. La experiencia de “matar simbólicamente” un vínculo desde el cuerpo resulta toda una revelación. Nos señala que la construcción vincular a veces toma, de manera espontánea, la forma de la vida o de la muerte, que el contacto con los demás es simplemente una fuerza que aparece y desaparece bajo distintas apariencias. Que la muerte es sólo la fusión con la potencia que surgirá de nuevo bajo una fuerza que se encarna en otros seres. Es el renacimiento del legado de quien se alejó o lo alejamos para no volver a reproducir esa relación que nos hizo daño o que bloquea nuestra capacidad de ser nosotros mismos para dejar espacio a una nueva que nace a continuación. Nos sorprendemos al notar el modo en que nos fuimos desentumeciendo por dentro al soltar algún vínculo personal. Surgen suspiros, bocanadas de aire que salen del cuerpo después de una “muerte” liberadora.
Cuando logramos desapegarnos también estamos en contacto con la muerte, nos libera de la necesidad de poseer, de disputar las cosas, de comprender que no hay necesidad de acumular, que todo fluye en ese vaivén del “morir” y el “vivir”. Y aunque continuemos advirtiendo, cada tanto, los vuelcos del “ego”, al actualizar ciertas herramientas de desapego podremos desentendernos de viejos hábitos que nos llevan a cargar solo por miedo a deshacernos de ellos. Soltarlos es un modo de dar muerte a todo lo que aploma y desvitaliza
Alejandra Brener
Terapeuta corporal bioenergetista
alejandrabrener@gmail.com
/Alejandra Brener Bioenergética
@espacioatierra