Hay una patología que se llama Síndrome de especialización en la comida, y que se reconoce en los chicos que sólo comen un par de alimentos elegidos caprichosamente. Por ejemplo, chocolates y ñoquis verdes o determinada marca de papas fritas y yogur de vainilla. No necesariamente son niños que no engordan, pero sí se caracterizan porque solo consumen 4 o 5 tipos de alimentos o de marcas específicas, que no responden a ningún orden: la elección es absolutamente antojadiza.
Estos niños también tienen otra característica y es que se relacionan solamente con un par de personas de su entorno más íntimo: puede ser la mamá y la abuela, la niñera y la abuela, solo la mamá, solo el papá. Lo que nos muestra esto es que ese chico, congénitamente, tiene dificultad para adaptarse a cosas nuevas. Es que, generalmente, la conducta alimentaria se relaciona con la conducta social. Por ejemplo: un chico que selecciona la comida también suele dar preferencia a un par de relaciones con las cuales es muy simbiótico; le cuesta trabar relaciones con otros de su generación.
Entonces ese chico está trabado en su crecimiento porque no recibe los nutrientes que necesita para crecer y, además, porque esa conducta exclusiva anticipa problemas en la comunicación, en la integración. Porque así como hay que integrar otros alimentos, hay que integrar otras relaciones.
¿Qué hacer en estos casos? Consultar con un especialista, claro. Su tratamiento implica inducir, a través de los padres, a aceptar alimentación nueva, y vínculos nuevos, porque las dos cosas coexisten. Si la persona no puede soportar alimentos nuevos, tampoco tendrá experiencias nuevas. Esos mismos síntomas son los mismos que después se dan en la anorexia: primero cortan vínculos con los demás, y luego comienzan a relacionarse con su cuerpo de manera anómala.
Si estos trastornos de la alimentación no se resuelven a tiempo, durante la infancia puede llevar a la aparición de fobia social más tarde porque tienen un miedo incontrolable al rechazo, por lo cual se aíslan con las consecuencias propias, como los problemas de aprendizaje, falta de autonomía y miedo a crecer y asumir responsabilidades.
¿Por dónde empezar? Por los papás. Estos chicos suelen tener papás “especialistas” en perfeccionar lo que los chicos desean en lugar de especializarse en que los chicos aprendan a percibir cosas nuevas. Lo que debemos hacer es cambiarles el objetivo de la educación. Les explicamos que comiendo papas fritas y leche descremada no se nutre bien. Y que si bien puede tener rechazo al principio, hay que ir cambiando los sabores e introduciendo nuevos alimentos, despacio. Pero hay que ser persistente y tesonero hasta lograrlo. Hay que explicarles a esos papás la diferencia entre especializarse en los deseos del chico hace que el niño sea un chico frágil incapaz de luchar. Y ayudarlo a que se adapte a la vida, aunque sea un chico frágil, pueda desarrollar herramientas para obtener una mejor competencia.
El problema es que hay papás que sienten una especie de “orgullo” en saber exactamente lo que sus hijos quieren “Yo lo conozco –dicen- solo le gusta el postrecito de dulce de leche de tal marca”. Y no se trata de complacer al chico, sino a adaptarlo y darle herramientas para que viva en sociedad.
Esta madre especializada en qué clase de papa frita como el chico cree que está haciendo bien y, en realidad, lo correcto es acostumbrar a su hijo a que coma de todo. De eso depende su supervivencia. No es fácil, hay que aprender a ser padres. A veces se cometen errores por no saber. Por eso es importante divulgar el tema y hacer prevención. Es más fácil prevenir en el jardín de infantes que en cuarto grado cuando el chico ya tiene formado un concepto social. Por ejemplo, nos pasa de dar charlas y que ante la pregunta de qué quieren ser cuando sean grandes las chicas de primaria respondan “flacas”. Ahí ya hay un imperativo social que está operando.
Y, si por el contrario, en vez de rechazar la comida, nos encontramos con un chiquito que es muy ansioso con los alimentos, les enseñamos a los papás lo importante que es cumplir con el protocolo. Porque los fines de la educación no hay que verbalizarlos, hay que producirlos. El protocolo es: se come sentado a una mesa con mantel, con cubiertos y apoyando los cubiertos entre bocado y bocado, se comparte el almuerzo o cena, se charla. Cualquier chico se aburre de comer si uno le mantiene el protocolo. Es imposible que se coma 6 milanesas porque a los 30 minutos ese chico se quiere ir a jugar y su centro de saciedad ya se estimuló. A la tercera milanesa va a estar harto y va a abandonar. Pero lo importante es que a ese chico nunca se le dijo que NO podía comer<
Dra. Mabel Bello
Matrícula: 36.440
Asesora Médica de ALUBA y ABINT
www.aluba.org.ar