Dina estaba preocupada porque no hacía más que confrontar con quien se le cruzaba. Perdía la cordura y venían los desbordes. Generaba discusiones violentas. Sin embargo, no era consciente de que su cuerpo al soportar tan alta exigencia se había convertido en un volcán en erupción. En cada discusión, su voz salía como tiro de algún lugar de la garganta sin importarle qué estaba diciendo. Parecía que alguien había sacado las trancas de su cuello y arrojaba de manera incontrolada sus insatisfacciones. Una vez que la gente desaparecía, se acababa el caos pero quedaba una intolerable ansiedad que, al rato, se transformada en un brutal pánico. No había ninguna razón para estar preocupada, en su vida todo iba bien, sin embargo ella advertía sobresaltos que, por momentos, se convertían en estados alarmantes. Necesitó pedir ayuda y enfocarse en algunos recursos para, en principio, apaciguar ese malestar. Apeló primero a la toma de conciencia de sus síntomas corporales: impulsividad a través de palabras hirientes, calor, cervicalgia, ansiedad con la comida, trastornos del sueño, luego recurrió al control de la dependencia tecnológica, reguló el contacto con los mail y el celular y finalmente intentó bucear en su ansiedad como mecanismo defensivo, es decir en cuáles eran las situaciones que la amenazaban y disparaban ese estado.
Dina estaba demasiado pre-ocupada por ser atractiva y llena de éxito pero, internamente andaba insatisfecha y, lo peor, muy estresada. No podía detenerse. Invitaciones a muestras artísticas, conferencias, fotos. Halago tras halago. Vivía pendiente del teléfono y, cuando recibía pocos mensajes, se le oprimía el pecho con la amenaza de que todo lo que había construido podía derrumbarse, entonces energía dentro de su mente la imagen de una carrera desplomada, el vacío y la nada misma. Algo extraño sucedía en el cuerpo: sus manos despertaban un temblor incontrolado y el corazón iniciaba un galopar que alimentaba más y más la ansiedad. Intentaba esculpir pero a los cinco minutos abría la computadora y ojeaba la casilla del correo electrónico para cumplir con la ilusión de encontrar pedidos de esculturas o invitaciones a algún evento. Esa necesidad de ser solicitada, más la empecinada obsesión por vestirse para ser elogiada, adquirió un tono neurasténico que comenzó a afectarle el carácter.
A Dina la idea de fracaso la asechaba de manera insoportable. Existía una obstinación en triunfar que se basaba más en el temor al derrumbe que en el modo de obtener un logro placentero. El esfuerzo y empecinamiento le ofrecían la posibilidad de éxito laboral y social, sin embargo no registraba sus costos. Al esforzarse desmedidamente echaba cualquier atisbo de gozo y así el cuerpo comenzó a dar la voz. Relajar para poder disfrutar fue un primer paso, luego visualizar todo lo que cargaba como impuesto y así vaciarse de tanta obligación. Solo eso para iniciar un viaje hacia el destierro de los estados panicosos. Lo demás sucedió espontáneamente, y lo mejor fue que apareció sin nada de esfuerzo<
Alejandra Brener
Terapeuta corporal bioenergetista
alejandrabrener@gmail.com
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