En un ambiente cómodo, sin muebles, solo una mesa ratona de roble y almohadones anchos, los amigos y amigas van acomodándose en círculo para conversar acerca del año transcurrido. Mientras Nacho ceba mate y Nora ofrece rodajas del budín de naranja, el diálogo comienza.
Sebastián inicia su relato. El ambiente va cargándose de decepciones. Mientras avanza, su rostro se torna pálido y los ojos pierden brillo. Miriam frunce el entrecejo y Roque se mordisquea la uña del dedo índice.
El eco de las palabras llega al corazón del círculo. Una parte de la historia impacta en Carla y su mente comienza a dibujar imágenes. Sebastián cabizbajo guarda silencio y ella aprovecha el intervalo para continuar. Describe algunas de las circunstancias que han aprisionado sus deseos durante el año. La quietud del ambiente le permite confesar mucho dolor amontonado. Poco a poco, cada uno de los hilos que sostenían las cuerdas de su relación sumisa se expresa con mucha angustia.
Su pena llega al resto del círculo. Respiran todos más hondo. Conquistada por una ferviente necesidad de expresarse, Vilma envuelve la mano de Carla y la abraza. Luego decide hablar y relata su historia. Al instante esas imágenes comienzan a poblar el cuerpo de otros integrantes. Ramón tose nervioso, Sebastián cierra los ojos y larga un suspiro y Carla posa su mano en el muslo de Roque.
Se produce en el círculo una intensa resonancia emocional.
La resonancia es una acepción obtenida de la música. Resonamos por afinidad con el retumbo del otro o de la otra.
Los amigos del círculo han sido permeables al padecimiento del otro, sin embargo un clima denso y triste absorbió su vitalidad. El aire abrumador inundó a los cuerpos en una especie de rendición que les quitó fuerzas. Ninguno de ellos logró adoptar cierto discernimiento para acompañar al otro, eso frustró todo tipo de opción transformadora.
Al expandirse tanto dolor, cada uno de los padecimientos se convirtió en sufrimiento. El sufrir desgasta, en cambio atravesar el dolor supone activar energías vitales que permitan ubicarnos como testigo de los hechos y tomar cierta distancia para generar cambios.
El desafío radica en ser capaces de habitar ese tramo para reconstruir otra versión de los hechos. Un modo de lograrlo es la práctica de la compasión. Es una actitud valiosa para generar espacios proactivos y evitar la parálisis. Abrazar, dar la mano, regalar una mirada comprensiva es el primer paso. Así lo hicieron estos amigos. El segundo quedó irresuelto. Faltaron las palabras de aliento, de fuerza para proyectar alternativas.
En el círculo de amigos el bienestar de uno depende del bienestar del resto de los integrantes. Todos están a la misma distancia del centro. La energía fluye por la ronda. El círculo los reconoce y comparten cada realidad dentro de él. Salen y entran recorriendo rutas diversas para llegar al centro. En la medida que escuchan con discernimiento se puede avanzar hacia un acompañamiento que invite a la apertura y evite la desazón generalizada. Esto ayudará a identificar cada punto sensible, observar el recorrido de ese punto con otro hasta formar la línea del relato y desde allí tal vez advertir una red de posibilidades para rearmar una nueva trama. Al hacer circular cada voz amiga creamos algo único, hermoso, verdadero que potencia nuestro amor por los demás. Llegar a esa reciprocidad implica ceder el protagonismo para luego volver a uno.
Observémonos, observemos al otro y actuemos.
Alejandra Brener
Terapeuta corporal biogenetista
espacioatierra@gmail.com
/Espacio a tierra