Intervalo, tiempo de descanso. Asoma la posibilidad de reservar un espacio para bajar el ritmo, para no escurrirse de una actividad a otra. Hemos iniciado una etapa del año donde hay culminaciones e inicios. Han cedido ciertas exigencias. En algunas familias vino el alivio tras el cierre del ciclo lectivo. En otros hogares los ritmos de trabajo mermaron. Han disminuido las presiones por resultados inmediatos.
Es momento de que el cuerpo suelte el cansancio ya sea desde unas merecidas vacaciones o desde una organización laboral menos vertiginosa. Tenemos tiempo disponible para relajar la maquinaria mental, para que los ojos y oídos descansen, para que el cerebro calme sus ondas, para vaciarse de deberes y sentarse en el pasto, en el suelo, para advertir que la tierra nos sostiene, para confiar en nuestros apoyos.
Tal vez en esta pausa tomemos conciencia de que nuestro cuerpo está agarrotado o mucho más suelto que el año anterior porque hemos modificado ciertos hábitos.
Puede suceder que, al detenernos, devenga algún síntoma como, por ejemplo, un malestar físico o sensación de vacío. A no desesperar, cuando el cuerpo amaina, emerge lo sujetado. Es necesario entregarnos a esa especie de purificación. Si irrumpe una dolencia, atravesarla. Los síntomas representan pedidos de auxilio. Abracemos, acariciemos a ese malestar con compasión, no es un castigo enfermarse justo cuando iniciamos las vacaciones. Todo lo contrario, es la necesidad del cuerpo de desahogarse. Por fin ese malestar puede soltarse, y salen todos aquellos movimientos internos que se han aprisionado por temor a perder el ritmo, la productividad, las obligaciones familiares. Dejar salir lo resistido va a habilitar luego momentos de placer. Porque una vida que adormece el dolor o lo acorrala entre sus corazas, bloquea la libre circulación del placer. Reconocer aquello que nos hirió, saturó, enojó, nos abrirá las puertas de la conciencia. De esta manera podremos buscar recursos para transformar ciertos comportamientos que soslayan los dolores. La vida es padecimiento y disfrute, dolor y placer. El miedo al dolor hipnotiza y cierra la oportunidad para el cambio. La osadía de enfrentarlo es el alimento de nuestra vivacidad y el motor de la transmutación.
Desde el punto de vista bioenergético atravesar los dolores fortalece nuestra base de sustentación, aceptando que, por momentos la resistencia a sentirlos nos genera rigidez, miedo. El enraizamiento es un proceso mucho más complejo que el estar de pie. Es la posibilidad de plantarse y afirmarse. Y, para sostenerse, es necesario dejar salir. Todo aquello que estuvo guardado funciona como barrera para vivir livianamente, y ¿eso no es lo que deseamos para vivir con intensidad unas vacaciones o un momento de menos exigencia laboral? Reflexionemos acerca de esto para que nuestra energía fluya libre, sin ataduras y, sigamos rescatando espacios para dar vida a lo espontáneo. Libremos esa potencia que nos permita encarar cada día como el primero, sin castigarnos si surgen situaciones inadvertidas a la hora de relajar. Lo imprevisto puede doblegar las aparentes certezas. Es allí donde la lógica del caos surge y desmorona lo razonable. Dejarse llevar y comprenderlo con flexibilidad, sin ansiedad, transformando este imprevisto en un culto al detenimiento. Es solo un modo amoroso de afrontar este momento del año.
Alejandra Brener
Terapeuta corporal bioenergetista