A yni es una palabra del runasimi (quechua) que traducida al castellano se entiende como reciprocidad. Es una práctica ancestral que, aunque muchos no la conozcan, aún persiste en el mundo andino. En palabras del maestro Juan Núñez del Prado* “consiste en dar al otro sin esperar nada a cambio, se realiza únicamente con el deseo de sentirse bien y, de esa manera, vivir en armonía y en sintonía con todo el cosmos”. Él ha señalado, también, que esta fue la clave fundamental para que los Incas alcancen una sociedad altamente sofisticada; la única en el mundo que no conoció el hambre, la pobreza ni la desigualdad; puesto que todos tenían comida y un trabajo digno del que estaban muy satisfechos.
Por su parte, Iván Núñez del Prado – hijo de Juan, investigador y defensor de la tradición Inca- refiriéndose al Ayni practicado en el trabajo explica que la concepción de este se puede ver desde dos puntos de vista: el occidental y el andino. Para el mundo occidental hablar de trabajo es hablar de obligación, en este mundo existe uno que manda, que ordena, un superior que vigila. El trabajo es individual, “cada quien baila con su pañuelo”. En cambio, para el mundo andino, el trabajo es fiesta, comida, alegría y satisfacción. Es visto como un hecho recíproco, en el que todos trabajan para todos y para el bien de la sociedad. “Hoy por mí, mañana por ti”. Si uno se organiza para trabajar en su chacra, “todos como una sola persona están presentes”. Al día siguiente estarán en la chacra de otra persona y así, sucesivamente, hasta terminar toda la faena.
Todos gozan de los logros de la cosecha, del mismo modo, lloran unidos ante los desastres naturales que ocurren y, por los cuales pierden muchos de sus productos. En la sociedad Inca, los trabajos eran de acuerdo a la edad y al género. Todos trabajaban: desde el niño(a) hasta el anciano(a); por eso nadie reclamaba.
La reciprocidad va más allá de lo mencionado: “Debe existir en el entorno natural. Para los incas fue una pieza clave y una norma interiorizada. Por ejemplo, no solo se debe explotar a la Madre Tierra para aprovecharse de ella, hay que darle algo a cambio, cuidarla, no contaminarla”. En la línea del ponente considero que no todo es explotar, no debemos contaminar el ambiente, puesto que al contaminarlo lo dañamos y nos hacemos daño. La Pachamama tiene vida, vive, siente, piensa, tiene necesidades al igual que un hombre. Por eso, en el mundo andino se realizan los pagos a la tierra para agradecer por todos los productos cosechados. En este ritual se mastica la coca y se calma la sed con la chicha sagrada de maíz.
Para los andinos todo tiene vida; por tanto, se puede entablar conversaciones con los seres de la naturaleza. Un andino puede conversar con el mar, con el árbol, con las plantas, con los cerros, lo que para el pensamiento occidental es cosa de locos y se necesitaría de un psiquiatra.
La palabra Ayni resume la calidad humana de hombres y mujeres que a la fecha, lamentablemente, se está perdiendo. Vivir a diario con esta práctica ancestral nos hermana no sólo con la familia; sino, también, con los amigos, compañeros de trabajo y el mundo en general con el único fin de buscar un bien común: la felicidad de todos. Si practicáramos el Ayni no habría hambre, desigualdad ni pobreza. Tenemos que rescatar y volver a realizar esta sabía práctica Inka; así nos sentiremos realmente humanos. El cambio inicia en cada uno de nosotros, el cambio está en mí, también lo está en ti. Juntos “humanicemos al hombre”<
Fuente: www.upch.edu.pe.
*Juan Núñez del Prado Antropólogo y Maestro Andino. Nacido en Cuzco en 1945 estudioso de la cosmología andina, las profecías y el desarrollo de la consciencia Inka. Desde 1997 y hasta la actualidad se desempeña como profesor en ciclos de conferencias y seminarios sobre la filosofía y práctica de la Tradición Espiritual Andina Contemporánea en diferentes lugares de América, Europa y Asia