No abrigo ninguna duda: o usted, o alguno de sus amigos o parientes han sufrido manoseos, vejaciones o violaciones durante su infancia y probablemente jamás han hablado de ello. Inclusive a mi consultorio han concurrido pacientes que me confesaron que luego de años de distintas terapias, ni siquiera con sus terapeutas habían tocado el problema.
Lo más terrible es que generalmente el menor se siente culpable y no víctima. No puede hablar ni pedir auxilio porque teme que lo castiguen, supone que de alguna manera le ha sucedido lo que le pasó “por su culpa. Y el paso de los años no cambia eso para nada, porque lo que subsiste en el adulto no es la sensación de haber sido ensuciado sino la de “ser sucio”. Veámoslo en un caso:
Alicia tiene hoy 50 años. Está por hacer una regresión. Está cómoda y relajada en un sillón reclinable, con una luz tenue y música suave. La hipnosis provocada no la sume en la inconciencia, sino todo lo contrario: Su capacidad de evocar se agudiza, permitiéndole focalizar todos sus recursos en un objetivo. Imaginariamente va a atravesar una puerta tras la cual se encuentran recuerdos del pasado: del pasado cercano, vivido dentro del cuerpo de la pequeña Alicia, o de pasados lejanos, vividos dentro de otros cuerpos, con otras caras y con otros nombres. La elección de a qué pasado vuelve, la realiza SIEMPRE el inconciente del paciente, que es quien sabe qué es lo que debe recordar, y para qué.
Alicia comienza a llorar: Su yo interior ha decidido volverla a la niñez de esta vida: tiene nuevamente tres años, y relata una sesión de intimidad sexual con su padre, cuyos detalles es mejor evitar en un medio no especializado. Irrumpe luego en la escena su madre con el consiguiente revuelo. Con gran desazón relata que la madre la castiga a ella, lo que la afirma en la convicción que la acompañó a lo largo de cuatro décadas: ella siente que es culpable, porque los juegos se efectuaron “con su consentimiento”, y el “castigo” materno seguramente fue merecido: ella “es” una mala persona, y “no merece”en verdad ser feliz. Además, sus padres se separaron al poco tiempo, y también de ese divorcio se siente responsable. Por eso ha hecho un matrimonio y algunas parejas malas, donde no ha tenido hijos.
Para poder reparar ese daño lo primero fue permitirle visualizar en hipnosis esa escena desde afuera de sí, o sea, viéndose como si se tratase de otra persona. Por primera vez entonces pudo apreciar que se trataba de un encuentro de una pequeña niñita con un adulto, y que su ingenuo consentimiento era irrelevante. Lo que sucede es que el concepto de “yo” es engañoso: cuando recordamos algo de nuestra niñez o de nuestra adolescencia, lo hacemos en forma subjetiva, y ese consentimiento –por ejemplo- dado a los tres años, lo vemos como si lo hubiésemos dado ayer. Solo viéndolo de manera objetiva, pudo reconstruir entonces, que en lugar de culpable había sido víctima.
Un segundo paso fue instarla a hablar con su madre (su padre murió hace más de veinte años) Pasó un tiempo hasta que se animó a preguntarle a su mamá porqué la había castigado a ella. Y su madre le aclaró que nunca lo había hecho: los gritos y el enojo habían sido provocados por la dramática escena que le tocó enfrentar, y que esa nenita interpretó como dirigidos en contra de ella que –no lo olvidemos- se sentía la “verdadera culpable”.
Finalmente fue necesario para completar la reparación que Alicia, la adulta, penetrara en el recuerdo nuevamente evocado en hipnosis, y diera protección a la niñita lastimada y culposa, la acunara, la calmara y le prometiera protegerla siempre.
Y créanme que es emocionante presenciar el momento en que disociadas, las partes adulta y niña de una persona, se reencuentran, se perdonan, se amigan, y se prometen mutua comprensión.
Lic. Armando M. Scharovsky