La violencia escolar no se resuelve en la escuela, porque no es un problema de la escuela. Es un problema que se gestó en cada familia. En verdad, es la expresión fehaciente del desamparo histórico que ha sufrido cada niño. La escuela es apenas el ámbito en el que el niño manifiesta la desesperación, la soledad y la rabia contenida a causa del maltrato y abandono. ¿Qué hacer? En principio tengamos en cuenta que no sirve hacer alianzas en contra de los niños ni suponer que merecen ser castigados. Eso no sirve para nada. Los padres somos responsables –porque la violencia de los niños es consecuencia de la violencia (a veces invisible) a la que han sido sometida esos niños- por lo tanto, tendremos que buscar mecanismos para lograr mayor comprensión, acercamiento afectivo, palabras, escucha y propuestas solidarias.
¿Y qué hacer frente al “bullying”? Cuando el “bullying” ya ha traspasado las fronteras de la escuela y todos hablan de ello, es porque las personas grandes hemos desoído absolutamente todas las señales que los niños han dado durante mucho tiempo, tanto acosadores como acosados. Recién cuando las cámaras de televisión lo toman como una noticia, todos nos rasgamos las vestiduras hablando de este nuevo “flagelo” social. Sin embargo las cosas no funcionan así. El acoso, las amenazas, la humillación de los niños más fuertes sobre los más débiles, las “bandas” de niños que se agrupan para atemorizar y las palizas que ya han circulado en el ambiente estudiantil, están presentes y -todos lo sabemos- desde hace tiempo. En ese entonces, hemos preferido suponer que no era grave. No hemos sido capaces de acercarnos a los niños agresivos, que son quienes más desesperados están. Tampoco hemos respondido a los requerimientos de seguridad de los niños más pasivos. Hasta que la tensión explota. No es en medio de una explosión que podremos tomar buenas decisiones, sino antes de que eso ocurra. Es imprescindible que miremos los escenarios con lucidez y valentía para amar a todos esos niños en medio de un desierto emocional que hiela la sangre.
¿Entonces cómo prevenir la violencia escolar? Esa es la única pregunta que vale la pena: Revisando nuestras discapacidades a la hora de amar a los niños. Observando con honestidad nuestra propia historia, nuestra infancia y nuestro desamparo, para comprender por qué hoy nos resulta tan difícil responder a las demandas de los niños. Sólo cuando aceptemos que los niños tienen razón en pedir lo que piden pero somos los adultos quienes no estamos a la altura, comprenderemos que es injusto exigirles que se callen o que se queden quietos o que no sean fastidiosos o que se porten bien. Mientras tanto, nos dedicaremos a resarcir nuestras historias amando más y más. Porque no hay mayor prevención contra la violencia que un niño amado, sostenido, avalado, comprendido, escuchado, valorado y acompañado.
Laura Gutman
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