Cuando de alimentación se trata, si me preguntan, no puedo restringirme a hablar sólo de lo que desayunamos, almorzamos, merendamos o cenamos. Sin ir más lejos, nos alimentamos del aire que respiramos, de hecho, no podríamos vivir ni un ratito sin él. También nos alimenta la creatividad, el compañerismo, arreglar y cuidar nuestro jardín, y un sinfín de cosas que no ‘digerimos’ literalmente, pero que sin lugar a dudas nos nutren y nos dan energía para ponerle empeño al desarrollo de nuestra vida.
Para mí, la alimentación primaria es eso, ese entorno que elegimos, esas actividades que llevamos adelante, esa autocrítica sana, comprensiva y flexible que, de vez en cuando (¡aunque ojalá se pudiera siempre!), podemos tener acerca de nuestros actos. Las palabras que pronunciamos y los pensamientos que ‘sostenemos’ también nos alimentan, para bien o, no tanto.
A esto sí que le sigue la ‘alimentación secundaria’, a ser: lo que cada día ponemos en nuestro plato y, literalmente, comemos.
El balance nutricional, desde mi mirada, se puede observar cuando atendemos ambas cosas, y esto es lo más importante. Porque no importa cuán balanceada sea nuestra dieta o cuántos abdominales hagamos por semana si, por ejemplo, comemos en 30 segundos, trabajamos 14 horas al día, si no dormimos lo suficiente o discutimos negativamente con nuestros congéneres…
Cuidarse, alimentarse y nutrirse es una decisión loable, feliz, puramente individual y realmente abarcativa que va, desde tomar agua y, por supuesto, evitar los alimentos ultraprocesados, hasta ser honestos y respetuosos con nosotros y todo lo que nos rodea.
Marina Ardenghi
Health Coach, Lic. en Química
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