Ten claro lo qué quieres, que del cómo se encarga el universo, decía el Sabio. ¿Sí, pero cómo armonizar con la incertidumbre? preguntaba el aprendiz.
Nacemos sin saber y vamos construyendo el mundo con cada paso, cada movimiento, cada gesto. Cada acierto o acción que da en el blanco nos alienta a seguir con mayor entusiasmo por aprender, pero no nacemos sabiendo de qué se trata esto, de empezar a movernos en un mundo desconocido, jugándonos la vida en el aprendizaje de evolucionar y conocer al mismo tiempo el medio en donde vamos a desarrollarnos.
Atravesar por el saber es fundamental para adaptarse, pero una segunda fase de aprendizaje, más social e institucional, nos demuestra que el “Saber” es premiado y el no saber es castigado; uno es ventajoso y el otro desventajoso, uno nos califica ante los demás y el otro nos descalifica. Un sistema que adoctrina al comportamiento de ser eficientes y funcionales y a no meternos donde no nos llaman. Salimos de esta etapa con el saber bajo el brazo como si supiéramos lo que hay que hacer con él.
La tercera fase de aprendizaje es la aplicación de ese saber dónde confrontamos lo aprendido con la realidad, y empezamos a darnos cuenta de que el mapa no es el territorio. Una cosa es marcar con una regla el trazo a recorrer en el lienzo o calcular la ruta en el Google maps y otra es recorrerlo.
Más allá del fracaso o del éxito en nuestros aprendizajes, fuimos construyendo un modelo propio del mundo y ahora actuamos en él para sostenerlo.
Más allá de si nos alentaron los éxitos y los fracasos o no supimos manejarlos y nos aplastaron, podemos quedar aterrados ante la impronta del NO SABER. Lo que de ahora en más nos va a resultar una limitante en la vida para actuar y comportarnos dentro de una sociedad altamente competitiva, donde un supuesto SABER está sobrevalorado al extremo, sólo un especialista puede hablar sobre el tema, los demás no saben.
Según las reglas de “auto exigencias” de mi modelo del mundo, puedo enfrentarme a lo desconocido o retirarme, dejándole el lugar a otros para que me allanen el camino y no tener que enfrentarme a lo desconocido. Puedo quedarme confortablemente adormecido en lo ya conocido y probado por otros; esta diferencia entre los que hacen y los que les sucede, cada vez es más amplia y más profunda, porque no soy consciente de que lo que me sucede, ha sido provocado, como consecuencia de las acciones de quienes hacen.
Una buena posición no siempre la conseguimos por un esfuerzo de voluntad, a veces basta con estar a la hora correcta en el lugar indicado. Pero mantenerse en una posición, elevarse sobre ella o trascenderla, depende de cuanto nos animamos a hacer para lograrlo, cuando nosotros mismos somos el límite. El No Saber, nos es consecuente del No Poder, en el poder hacer está la voluntad, en el saber hacer está el expertise, pero, en el aprender a hacer está la verdadera experiencia.
Trascendernos a nosotros mismos implica saber que el No Saber, es parte de la experiencia. Cuando alcanzamos nuestra propia cima, ya no importa más el éxito o el fracaso. Como en el Amar, el No Saber, el no conocer al otro en su inmensidad, el no saber qué nos deparará el momento siguiente, el no encontrar una respuesta al por qué de un sentimiento tan profundo, lo que nos hace libres -para amar- es la confianza plena en el amor, que más allá de un desenlace u otro nos dejó su esencia y su perfume.
La Verdad se esconde en el Saber, pero quien no acepta que no sabe, no puede encontrarla. El misterio de la vida que se encierra en el No Saber, se nos abre a la mágica sorpresa constante, en la aventura del aprendizaje, si estamos dispuestos a recorrerlo. Parafraseando a un gran filósofo, “sólo sabemos que no sabemos nada”.
Ignacio Conde
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