Cuando contemples un árbol, una estrella, una montaña, una nube, o cualquier elemento de la naturaleza, intenta advertir aquello que las hace invisibles. Abraza el principio que permite su invisibilidad y después vuelve la mirada hacia tu interior y haz lo mismo con tu propia existencia física. Ese principio hace que tus pulmones se abran.
Convivir con esa esencia durante unos minutos nos hace conectar con la vida de nuestro cuerpo, ese hálito que alguna vez nos conectó con este mundo. Un aliento que durante nuestro desarrollo vital fue asumiendo un sinfín de ritmos, pero cuya cadencia inicial permanece allí, puede retornar y experimentarse.
Volver al origen para tomar un respiro del presente. El origen, allí donde permanece la raíz, desde donde todo comienza a crecer y se transforma. Escuchar esa presencia primera, oír como resuena, es un momento importante; porque, en ese instante, es donde se revela la sensación corporal de estar ahí.
Vivir plenamente es percibir, conscientemente, la presencia de esta Fuente-Origen que nos otorga constantemente las ganas de existir, así como estamos, así como somos, así como es el momento.
Es una sensación que permanece en la base de nuestras funciones físicas básicas y está latiendo, aunque el contexto sea perturbador. Implica un estado que no empaña dramáticamente nuestra mente-cuerpo, porque el eco del disturbio no llega a afectar el propio ritmo interno.
Tomar conciencia de la Fuente-Origen, cabalgar sobre ella, no interferirla con irrupciones externas, concede el poder de respirar
como si el aire circulara por el conducto de una ola mansa . Mientras ese ritmo dure, seguirlo sin detener su curso con nada que parezca más importante. La permanencia en ese respirar nos otorgará la posibilidad de contactar con una inhalación y exhalación profunda o, dicho en otras palabras, nos conectará con nuestro centro, también denominado Hara.
Hara significa cultivo de la vida o centro vital, centro de gravedad. Es el punto de equilibrio de nuestra vida física, mental, emocional y espiritual. Cuando, advertimos que estamos centrados, en equilibrio y enfocadas estamos en contacto con nuestro Hara. La palabra proviene de la medicina tradicional china, es una zona donde se acumulan nuestras reservas de vitalidad. El Hara simboliza la raíz de la cual se extrae el poder y la conexión con la energía universal. En el cuerpo humano ocupa el espacio entre el plexo solar y el pubis. Un Hara tonificado, animado y vivificado cuenta con herramientas para volver a armonizarse en momentos de desequilibrio.
Cuando respiramos sin contacto y conciencia de nuestro centro, lo hacemos de afuera hacia adentro, inspiramos con énfasis en aquello que está ingresando e ignoramos, desde el registro, lo que necesitamos soltar o exhalar. Imaginemos si esto sucede en entornos donde circula energía tóxica, es probable que comencemos a advertir cierto ahogo o náuseas. Es curioso observar que, tras inhalar esos espacios y equilibrar el ritmo respiratorio con exhalaciones que permitan canalizar esa toxicidad, surjan cadenas de bostezos porque el cuerpo necesita liberar bocanadas de aire estancado.
Animémonos a volver a ese origen durante el cotidiano, porque nos va a permitir bajarle el drama a los “supuestos” problemas. Solo lleva un minuto, y es sumamente sanador.
Alejandra Brener
Terapeuta corporal bioenergetista
alejandrabrener@gmail.com
/Alejandra Brener bioenergética | @espacioatierra