Recuerdo con cariño a un profesor de la «facu» que nos decía “los voy a aprobar a todos en el examen, pero recuerden que una vez recibidos van a dar examen todos los días a sus pacientes frente a la camilla”. Cuanta verdad en su consejo. La angustia que todos sentimos cuando vamos a dar un examen se repite por miles en nuestro trabajo de veterinarios.
Hay que tomar decisiones todo el tiempo y no hay margen de error. Si bien el trabajo detectivesco de encontrar la causa de la enfermedad que padece mi paciente y luego elegir el mejor tratamiento para solucionar el problema, respetando esa norma fundamental de nuestra profesión que es PRIMO NON NOCERE. Lo primero es no dañar, es algo apasionante y emocionante no deja de producir ese cosquilleo en el estómago que recuerda nuestra época de estudiante. Nuestro tratamiento tiene no sólo que ser efectivo sino que no debe de producir ningún daño agregado. La toma de decisiones es una materia que no está en la currícula y debemos aprender a base de golpes, de errores, de ver lo que no es evidente. La experiencia es fundamental, siempre que la usemos como maestra. El conocimiento es importante, siempre que sea el correcto. El método lo es todo, pero hay que usar el mejor. Si los pacientes no están recibiendo un tratamiento correcto, alguien en su proceso de diagnóstico y tratamiento está tomando decisiones incorrectas. Recordando que la medicina es ciencia pero también arte y que muchas veces los animales se curan a pesar del veterinario. El arte del discernimiento que sería la capacidad de elegir lo mejor entre varias posibilidades, es una gran virtud de todo profesional de la medicina. No basta con saberlo todo, sino que tenemos que saberlo bien. Las evidencias científicas muchas veces son sesgadas, son falsas, son meras publicidades encubiertas, pero otras veces son realidades, son joyitas importantes para usar en nuestro trabajo. Separar la paja del trigo, los datos buenos de los no tan buenos. Está de moda la llamada Medicina Basada en la Evidencia MBE, donde las decisiones se toman exclusivamente basándose en datos científicos comprobados. No me gusta que me limiten. Me anulan la intuición, la creatividad, mi individualismo. ¿De qué evidencia me hablan? ¿La de hoy, la de ayer, la de hace 10 años, la de hace 50 años? ¿La que decía que hay que darle iodo a los hipotiroideos, corticoides a los que tienen demodexia? Estas evidencias que eran ciertas en los años 70 hoy se sabe no eran correctas ¿Y si lo de hoy lo vemos desde la perspectiva de 2068? ¿Hay evidencias perdurables? Si claro que las hay. Los homeópatas sabemos perfectamente que los resultados de las patogenesias que se hicieron en el siglo XIX se utilizan hoy de la misma manera, que lo nuevo se va incorporando, pero lo viejo queda, se mantiene. No puedo decir lo mismo que los tratamientos utilizados en medicina en el siglo XIX. Por eso me quedé con la especialidad que me da la tranquilidad de la perdurabilidad, de la estabilidad. En una época de grandes avances técnicos, es aún cierto que los médicos juiciosos usan sus armas clínicas como el sustento del diagnóstico y requieren del laboratorio con mesura, considerando sus costos, utilidad y limitaciones. Es razonable entonces que el estetoscopio deba ser la insignia médica. A veces me cuelgo el estetoscopio cancheramente como lo hacen muchos médicos de guardia, solamente para recordarme que una buena auscultación y palpación es fundamental para recoger datos que luego me servirán para hacer un buen diagnóstico. Porque esos datos semiológicos son los que no cambian, son los que me sirven para luego tomar la mejor decisión en cuanto al diagnóstico y tratamiento. El problema aquí es que cada persona es diferente y las manifestaciones clínicas y de laboratorio no son constantes; si así fuera, un programa de cómputo resolvería todos los problemas. Entonces, el clínico parte de una serie de hipótesis conformadas por los elementos que ha conjuntado con el interrogatorio, la exploración y los estudios auxiliares previos. Aquí se cumple el adagio que dice que “el que no sabe qué hacer, hace lo que sabe hacer” o este otro “el que no sabe es como el que no ve”. Sin duda la ciencia es fundamental, pero lo que diferencia un médico de otro, un veterinario de otro es el arte, la capacidad de resolver problemas lo menos traumáticamente posible. De dar a los pacientes una buena calidad de vida. El proceso para verificar la verosimilitud ha sido, por tradición, intuitivo y muy dependiente de la experiencia y del estilo particular de practicar la medicina. En conclusión, tomar una decisión médica implica siempre asumir riesgos para el paciente que ha depositado su confianza y su salud en el juicio de su médico. Bien haremos los médicos en nunca olvidar esta grave responsabilidad.
Salud y Alegría. Hasta la próxima
MV. Jorge S. Muñoz
Médico veterinario homeópata