Vivimos en una sociedad obesogénica, que promueve el comer de más: continuamente nos encontramos con una oferta exagerada de alimentos al alcance de la mano en kioscos, supermercados, autoservicios, que nos invitan a degustarlos pero que contienen químicos, saborizantes con glutamato monosódico (GMNa), presentes en la mayor parte de los alimentos envasados, preparados con anticipación y “listos para comer”… que potencian el sabor y aumentan las ganas de comer en un 40%!
Y si no nos gustan los alimentos salados? No importa, también tenemos dulces: polvo para hacer tortas, flanes, helados, gelatinas… muy fáciles de preparar y muy “ricos”, con colorantes y edulcorantes, como sucralosa que inflama el intestino o jarabe de maíz de alta fructosa (JMAF) que produce hígado graso…¿¡ pero que no engordan!! ?
Y por el otro lado nos encontramos con la exigencia de esta misma sociedad que discrimina a los obesos, culpándolos de no tener fuerza de voluntad para NO COMER!!
Los planes y propuestas para solucionar este problema, según la opinión de algunos investigadores, se deben a una mirada errónea sobre las dificultades que presenta su tratamiento. Por una parte, se carga a la persona enferma con el estigma de su enfermedad, como si fuera el único responsable, y por otro lado, olvidamos otras posibilidades, relacionadas con factores como la genética y la industria.
El problema no es fácil de resolver pero tenemos que tratar de comprenderlo desde el punto de vista del paciente. En primer lugar, no pedir lo imposible: que disminuya la cantidad de alimentos provocaría la sensación de “hambre”, y los que probaron las dietas estrictas volvieron a comer…, muchas veces más cantidad aún de comida…
Entonces vamos a enfocarnos en tratar de conseguir una sensación placentera de saciedad: si “estamos satisfechos, no necesitamos comer más…” y esto nos relaja y nos hace sentir armonizados: de este modo el comer y dejar de comer, no va a ser un castigo y podremos disfrutar de las comidas “sin engordar”. En la actualidad se piensa que el control de la cantidad de alimento que ingerimos se debe a las señales que inducen la terminación de la comida y dependen en un principio del llenado gástrico- estómago.
Estas señales pueden ser:
A corto plazo:
1- distensión gástrica -debe ser lenta: masticar lentamente, tomándose un tiempo para sentir el sabor y podríamos decir, la llegada del alimento al estómago. Para conseguir esta sensación los alimentos deben tener fibras –comer ½ plato de vegetales, única fuente de fibras, que entre otras ventajas, limpian los dientes y el espacio interdental, y además alimentan a las bacterias intestinales buenas, acidófilas, que mejoran el tránsito intestinal. Agregar aceites, 1-2 cucharadas soperas por comida–son grasas vegetales: NO se depositan en tejido adiposo, se “queman” para obtener energía; los aceites aumentan la cantidad de colecistoquinina, una hormona digestiva que favorece la digestión de los alimentos dentro del estómago, estimulando aún más la sensación de saciedad.
2- Péptidos intestinales, llamados incretinas: aumentan la secreción de Insulina en respuesta a la entrada de nutrientes como los hidratos de carbono y previenen la diabetes por estimulación de las células beta del páncreas.
A largo plazo: leptina equilibra el apetito y el deseo de comer, aumenta el metabolismo y disminuye el depósito de grasas. Reconocer los alimentos naturales y evitar los químicos, incorporar alimentos con fibras, vegetales: verduras, frutas frescas peladas; desecadas: pasas, dátiles, damascos; secas: nueces, almendras, etc; aceites vegetales de oliva, girasol, maíz, cereales, preferentemente integrales; legumbres y carnes en poca cantidad, pescados frescos y no enlatados, que cubren las necesidades del metabolismo normal nos permitirán disfrutar de una vida sana y equilibrada por más años.
Dra. Elba Albertinazzi
Asoc. Arg. de Médicos Naturistas
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