Nasrudín, el maestro de lo simple

Nasreddin, o Nasrudín, es un personaje mítico de la tradición popular sufí, una especie de antihéroe del islam, cuyas historias sirven para ilustrar o introducir las enseñanzas sufíes, se supone vivió en la Península Anatolia, actualmente porción asiática de Turquía, en una época indeterminada entre los siglos XIII y XV. 

Su origen es medieval y se le conoce en lugares como Egipto, Siria, Asia central, Pakistán y la India. También en Turquía y Rusia. Su fama se extiende desde Mongolia hasta Turquía, e incluso el sur de Italia, en Sicilia (donde es conocido por el nombre de Giufà) y en Cerdeña, y sus aventuras y anécdotas se cuentan en multitud de lenguas distintas.

Nasrudín es un Mulá (maestro) que protagoniza una larga serie de historias-aventuras-cuentos-anécdotas, representando distintos papeles: agricultor, padre, juez, comerciante, sabio, maestro o tonto. Cada una de estas historias cortas hace reflexionar a quién la lee u oye, como una fábula, y además suelen ser humorísticas, simples y a menudo absurdas.

Sus enseñanzas, que han sido y son utilizadas por los maestros del sufismo, van desde la explicación de fenómenos científicos y naturales, de una manera más fácilmente comprensible, a la ilustración de asuntos morales.

“Las apariencias”

Cuenta el sufi Mula Nasrudin que cierta vez asistió a una casa de baños pobremente vestido, y lo trataron de regular a mal y ya para salir dejó una moneda de oro de propina.

A la semana siguiente fue ricamente vestido y se desvivieron para atenderlo… y dejó una moneda de cobre, diciendo:

-Esta es la propina por el trato de la semana pasada y la de la semana pasada, por el trato de hoy.

“Gratitud”

Cierto día, mientras Nasrudin trabajaba en su granja, una espina penetró su pie. Increíblemente él dijo: «¡Gracias Dios mío, gracias!» y prosiguió:

«¡Es una bendición que el día de hoy no estuviese con mis zapatos nuevos!»

“Detrás de lo obvio”

Todos los viernes por la mañana Nasrudín llegaba al mercado del pueblo con un burro que ofrecía en venta.

El precio que demandaba era siempre insignificante, muy inferior al valor del animal.

Un día se le acercó un rico mercader, quien se dedicaba a la compra y venta de burros.

–No puedo comprender cómo lo hace, Nasrudín. Yo vendo burros al precio más bajo posible. Mis sirvientes obligan a los campesinos a darme forraje gratis. Mis esclavos cuidan de mis animales sin que les pague retribución alguna. Sin embargo, no puedo igualar sus precios.

–Muy sencillo –dijo Nasrudín. Usted roba forraje y mano de obra. Yo robo burros

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