Cuando miramos a los ojos proyectamos emociones. Se desprenden confesiones tan elocuentes que no hacen faltan palabras. Y al margen de papeles ensayados, los ojos se expresan con llaneza, honestidad. Cada sentimiento tiene una mirada especial. Algunas miradas esparcen calma cuando se entrecruzan con las nuestras, otras nos hacen tiritar ¿Tenemos la posibilidad de elegir con que energía nos gustaría cruzarnos a la hora de buscarnos con las miradas? La impronta de miradas afectuosas crea senderos que hacen circular el color por nuestro cuerpo, en cambio la huella de la vigilancia o la amenaza, genera velos de miedo que empañan la auto contemplación. Si se fortalecen, la densidad de esos velos crece. Y al actualizarse más y más, logran que el cuerpo se agite. Entonces, por vergüenza a mostrar ese temor tan arraigado, utilizamos el disimulo y guardamos nuestra franquezas detrás de ese grueso velo. La autocontemplación a través de la mirada puede ser la vía para llegar a sentirnos como un espíritu libre. Quizá, por momentos nos veremos y por otros nos resguardaremos para defendernos de antiguos dolores. A través del arte de la mirada conviviremos con sombras y claridades. Probablemente el camino a veces, resulte sinuoso. Solo transitarlo dejará esclarecer un modo de mirarse desligado de presunciones y expectativas. Porque se expresará desempolvado de interferencias y, si tenemos la “suerte” de conquistar la propia transparencia conseguiremos reunirnos con la emoción. Esa es la propia perspectiva, la mirada que viene del corazón. Ya no necesitaremos ser constantemente redefinidos por otras perspectivas instaladas desde siempre. Así comenzarán a develarse las miradas que nos afectaron. Veremos a quienes se nos acercaron o acercan captándonos con miradas suaves o a aquellos que se nos plantan o plantaron con enérgicos gestos amenazantes. Al principio nuestra autopercepción parecerá como un collage o una línea ondulante que flotará según las voces que nos definieron. Hermosa, fea, mala, buena. Juicios halagadores, desvalorizantes, manipuladores, entre otros. Con el tiempo, aprendemos a desapegarnos de esas representaciones, si algún día logramos desligarnos de esos rótulos que nos son más que formas y superficialidades, tendremos la dicha de encontrarnos con un mar de oleadas frescas de fuerzas superiores a todas esas ligeras imágenes que habíamos construido apropiándonos de miradas ajenas. Ese día tendremos la posibilidad de ser libres para dejar paso a lo más bello y maravilloso que nos regala la vida: ser uno mismo.
Descubrir la verdad en la mirada es una tarea preciosa. Permite penetrar por detrás de esa lámina defensiva. Espejarnos nos ayudará a vernos. Y si nos vemos, sin reservas, nos encontraremos.
Alejandra Brener
Terapeuta corporal bioenergetista
espacioatierra@gmail.com
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