Entre las estadísticas de la muerte, el alza y la baja diaria de muertos, los excesos de muertos, los muertos futuros, los muertos oficiales, los muertos ocultos, las muertes no computadas, las muertes extraoficiales, las muertes y los muertos evitados y además las muertes y los muertos comparados por país, por región, por millón y por contagiados… creo que podríamos seguir enumerando “Muerte” y “Muertos” como lo hacen los medios de comunicación, pero es necesario hacer un alto y reflexionar.
¿Estamos banalizando la muerte? ¿O estamos marcando un paralelo con el dólar o el riesgo país para crear una sensación de valorización de la muerte y los muertos? ¿Se ha perdido la razón, la lógica, la decencia y el sentido común o se está perpetrando a sabiendas un plan para generar miedo, pánico, depresión y angustia a la población? ¿O la demencia precoz se da cuando se persigue la noticia cual rapiña que roba restos de mortandad para ofrendar en sacrificio a la mesa de los televidentes?
Entre la desinformación y la parcialización de la información se genera caos y confusión donde cada dato hay que chequearlo muchas veces para tomarlo en cuenta y muchas veces son datos necesarios para estar informado y operar en la realidad que vivimos. Para muchos ya es bastante el encierro y el aislamiento, pero parece que con eso no basta. Casi cayendo en el ridículo los medios generan ruido y un sesgo a la información con el mal gusto característico de la hipocresía fría y cruel de la cotidianidad.
Junto a la bastardización de las noticias que hacen los medios se suma la banalización de los profesionales opinólogos de turno que deshonran a los verdaderos trabajadores profesionales en las distintas áreas de los servicios públicos. Pero la estocada final a la inteligencia no está ya en la información en sí misma, sino en el merchandising que de ella se hace. Para ello nada mejor que estadísticas fuera de contexto o comparaciones entre peras y manzanas, atentando contra la atención del televidente de maneras arteras y solapadas que, aunque después se desmientan, ya están instaladas.
En ese estado de cosas es muy fácil que el árbol nos haga perder de vista del bosque, y nadie quiera parar el mundo por 8.500 niños que mueren de hambre cada día o por los que mueren cada día por falta de agua potable entre 2.000 millones de personas en el mundo, tampoco por los 22 millones de refugiados en todo el globo, claro no es contagioso. Pero con esta métrica estamos siendo hipócritas e irresponsables, pateando el desastre para adelante. Pasa lo mismo con el racismo, el feminismo, el aborto, las libertades, etc.
Los millones de personas que quedarán en la pobreza extrema tras la pandemia del 2020 tampoco es contagiosa, pero se reproduce en cifras y estadísticas en el mundo entero a una velocidad mayor de lo que lo hace la pandemia, sumado esto al ya estado de extrema gravedad que vivía el mundo antes de la pandemia, frente a un posible colapso económico y colapso medioambiental no queda mucho margen para el error.
¿Pero sabemos el porcentaje anual de muertes por pobreza extrema?
¿Conocemos los traumas generacionales provocados a las familias que lo pierden todo? Sí, lo vimos después de las dos guerras mundiales. Entonces no es mucho pedir un llamado a la razón para que seamos informados inteligente y responsablemente y entendamos que los profesionales no pueden caer en la banalidad de los no profesionales y deberían ser multados y enjuiciados por declaraciones banales y poco éticas. Que un medio de noticias no puede banalizar la noticia para tener rating como si fuera un youtuber, debería estar penado de la misma manera que si un médico realiza mala praxis.
Del mismo modo los medios de comunicación masiva deberían tener un colegio o tribunal de ética interdisciplinario para que no puedan perpetuarse campañas masivas de miedo o campañas masivas de orientación política o comercial desde el medio. Necesitamos transparencia en las comunicaciones y un código de ética para poder construir una sociedad y una cultura democrática y responsable en un mundo que está al borde del colapso socio ecológico.
Ignacio Conde
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