Magias que laten en el cuerpo

Una emoción básica como el miedo se puede describir como sensación abstracta o como molécula de la hormona adrenalina. La revolución que llamamos medicina mente-cuerpo se basó en este simple descubrimiento: donde quiera que vaya un pensamiento, lo acompaña un elemento químico y una emoción. Sin embargo, hay algo que funciona como articulador de este insoslayable acompañamiento: la respiración orgánica y todo el mundo de su potencial. Universo asociado a un poder inteligente que merece tenerse en cuenta para integrar mente cuerpo. Existe un campo subyacente de posibilidades, algunos o algunas lo llaman una “magia” que el cuerpo vive en estado de plenitud. No es momentáneo, sino que se mantiene, late todo el tiempo. Vive dentro nuestro, aunque ocurran problemas mundanos. Para ser apreciado requiere que ingresemos en las profundidades de nuestro Ser y, al mismo tiempo, que tomemos consciencia de lo intricado que, a veces, se pone encontrar ese estado. Porque llegar a él implica atravesar un camino desde los umbrales del cuerpo hasta el fondo de él, lugares que no conocemos o tal vez tememos. Esa búsqueda nos lleva a querer comprender la naturaleza profunda de nuestra singularidad y reconocer la fuente de esa inteligencia que crea nuestras intenciones, las que visualizan oportunidades acordes a la fuente para poder cumplir eso que deseamos profundamente. 

La intención es una parte muy relevante y activa de la atención a la hora de observarse. Es la manera de convertir nuestro automatismo en movimientos conscientes. De acuerdo con la tradición védica, la intención es una fuerza de la naturaleza y orquesta la creatividad. Cuando la intención se repite, crea un hábito. El desafío es que ese hábito no se mecanice. Es ahí donde entra la mirada observadora y el camino paciente hacia esa magia y acto divino que es la percepción del silencio interno. 

Escuchar, ver la invisibilidad y palpar la serenidad del silencio desde la conciencia de la respiración, despierta la dimensión de quietud dentro de sí. Cuando miramos hacia dentro y la percibimos, el cuerpo desde su estructura física y emocional se apacigua. Te sientes unido, unida, a cualquier cosa que percibes en y a través de la quietud. El silencio del entorno ayuda, pero, a veces, no está disponible, sin embargo, el desafío reside en sintonizar con ciertos recursos que separen el propio ritmo con aquel que se impone desde el ruido exterior. El ruido representa al alboroto o mezcla confusa de sonidos externos e internos no deseados, que, a veces, se transforman en contaminantes e invasivos. El silencio interior es un estado libre de pensamientos y verbalizaciones reservadas. Inicia un diálogo interno muy diferente a aquel impulsado por el pensamiento maquinal, tan común en nuestra sociedad “exitista”. Uno de los aspectos más difíciles de sobrellevar en el mundo actual es el fuego incesante de estímulos al que estamos expuestos. Buena parte de éstos, tienen un sello de premura o urgencia y generan una cualidad muy dañina: la impaciencia.

Ser impaciente suele asociarse a un alto nivel de reactividad, también a cierta intolerancia provocada por la necesidad de obtener algo a corto plazo y sin demora.

¿Podemos tomar distancia de esto? Sí.

Primer paso: observarlo como sucede. 

Segundo paso: describirlo por fuera del relato interno, es decir hablándolo.

Tercer paso: transformar ese mecanismo dispersando los pensamientos cada vez a más distancia para que no se peleen. Para ello se requiere tiempo. ¿Existe ese tiempo interno? Solo depende de ustedes. Si la mente no deja de «hablar», recordándonos las mil y una tareas pendientes, nuestros errores pasados y presentes, las conversaciones difíciles que hemos mantenido o tememos mantener, el ruido persiste. Si en algún momento, hacemos silencio interno por un minuto, es probable que escuchemos al cuerpo desde sus profundidades. Es una tarea muy accesible si se permiten experimentarla.

Alejandra Brener 
Terapeuta corporal bioenergetista

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