Sucede tras un estado de desorganización interna. Es la magia de lo nuevo. Sentimos en el cuerpo como un extraordinario meneo de dos superficies, como el movimiento de un suelo sobre el otro rozándose suavemente. Uno avanza, el otro retrocede y viceversa. El movimiento es parsimonioso y constante. No siempre lo percibimos con claridad. Por eso, a veces lo obstaculizamos y deviene el desconcierto, fuerzas que resisten. Pero la transformación está. En algún momento, algo salta a la superficie de manera espontánea, se precipita sin darnos tiempo a pensar. Allí está lo nuevo. Aprender es un ejercicio que abarca toda la vida. El desafío está en concientizar esta especie de alquimia en los actos cotidianos. A veces, no es fácil aplicarlo, porque de pronto, cuando las cosas no salen como lo habíamos previsto, cuando la efectividad de lo programado nos frustra y doblega las aparentes certezas o cuando surge un imprevisto que nos invita a modificar el rumbo, nos enojamos. El potencial que nos había llevado a actuar, se desploma, y no reparamos que ese momento es muy valioso. Porque es parte de nuestro aprendizaje. Surge un nuevo espacio, el de la creatividad. Si nos disponemos a ampliar la mirada y capturamos el beneficio de la situación, una cadena de ideas puede surgir. Observar ese intervalo entre lo previsto y lo incógnito es enriquecedor. La magia de lo imprevisto abrirá un espacio diferente. Encontrarse con sensaciones de incertidumbre da sitio a la aventura y eso puede abrir una puerta hacia el crecimiento.
Situarse en la vida con la pregunta constante acerca de qué puede aprenderse de lo que nos sucede, tranquiliza, baja las ansiedades, sobre todo en quienes tienen tendencia a actuar de manera “fatalista” o “dramatizan” cuando surgen contratiempos.
Berlolt Brecht decía que “la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer” Allí está ese meneo del que hablábamos, de esa oscilación, de ese empuje, de esas fuerzas que nos inducen a descubrir que hay detrás de esas tensiones provocadas. Ahí está el desafío. Es otro modo de escuchar ciertas señales que se presentan en nuestra cotidianeidad y nos dan elementos para ir más allá del problema, situarse en él. Si me tropecé y me desgarré el tobillo pues en lugar de lamentarme por todo lo que no puedo hacer, pues podría reflexionar acerca de la causa de esa eventualidad, de seguro me va dar información valiosa; si sufro o he sufrido desamor y el enojo o la ira manan ocasionando sufrimiento pues luego de conectarme con esas legítimas emociones, puedo intentar situarme en ese pasado para aprender de él y buscar otro modo de relacionarme en futuros vínculos amorosos. Y así sigue una cadena de hechos que buscan recuperar experimentar lo que vamos acopiando en cada circunstancia dolorosa para lograr transformarlas y aprender de ellas. Por todo esto propongo creer más en los procesos que en los resultados. La evolución es producto de los aprendizajes y éstos llevan tiempo, recurso del que justamente carecemos en esta época. La posibilidad de atravesarlo con conciencia y disfrute puede suceder si se trasciende la idea de inmediatez y si no empañamos algunos tramos del recorrido con la ansiedad por metas, en verdad, desconocidas. El futuro se constituye con creencias, la realidad con hechos.
La magia de los aprendizajes no se acaba nunca y no hay una tierra prometida a la que se llegue en esta aventura, solo “se hace camino al andar”, como dice Joan Manuel Serrat.
Alejandra Brener
Terapeuta corporal bioenergetista
espacioatierra@gmail.com