Las emociones afectan a nuestro sistema inmunitario, para bien o para mal; un hecho que se sabía desde siempre, por supuesto, pero que desde hace unas tres décadas o algo más, ha comenzado a cuantificarse de manera objetiva y con acumulación creciente de datos.
Uno de las asignaturas que estudia la interrelación entre las emociones y el organismo es la psiconeuroinmunología (PNI), encargada de facilitar el acceso a las evidencias mecanicistas de como los estresores impactan en la fisiología.
El estrés, en forma de miedo, ansiedad o incertidumbre, generan desequilibrios en el funcionamiento orgánico que nos afectan mucho más allá de nuestras emociones; si bien es importante señalar que no todos nos estresamos por lo mismo y los mismos escenarios nos afectan de manera diferente a cada uno, de acuerdo a como lo percibamos en función de creencias, valores y condicionamientos que conforman la respuesta mental de cada individuo.
Cuando el estrés es continuado y desborda nuestra capacidad orgánica para sobrellevarlo, uno de los primeros en verse afectado es el sistema inmunitario, como consecuencia de un proceso de ida y vuelta entre la mente y el cuerpo afectándose mutuamente.
Adrenalina y cortisol
El estrés percibido genera un impacto en el sistema nervioso que responde produciendo hormonas y neurotransmisores, para las cuales el sistema inmune tiene receptores; por ejemplo, para entender uno de los procesos, la pituitaria, al percibir estrés, segrega ACTH que le indica a las suprarrenales que liberen cortisol y adrenalina, hormonas que nos preparan para responder adaptativamente con mayor eficiencia.
Si este escenario se mantiene durante un tiempo prolongado, el exceso de adrenalina y cortisol puede afectar la producción y el comportamiento de las citoquinas, pequeñas proteínas secretadas, entre otras, por los macrófagos y las células T durante las respuestas inmunes natural y específica; las citoquinas se unen a receptores específicos de la membrana celular donde van a iniciar respuestas biológicas como la activación de macrófagos, células asesinas o eosinófilos, acorde a la presencia del agente extraño y durante periodos pequeños de tiempo. El estrés crónico -en la forma emocional que se manifieste-, va a producir un estímulo permanente y la respuesta termina agotando recursos y alterando la respuesta eficiente de la inmunidad.
El cortisol y la adrenalina cumplen la importante función de preparar al cuerpo adaptativamente para la lucha o la huida, escenarios que en el estado natural en el que nuestras respuestas orgánicas fueron configuradas, tienen un comienzo y un fin, en cambio, en la sociedad actual pueden durar días, semanas, meses o volverse permanentes. Escribo esto durante la pandemia del coronavirus, un desafío que ha involucrado a toda la humanidad como nunca antes; sin trivializar en absoluto la situación, podemos observar que la población ha estado siendo bombardeada con el tema durante meses desde su inicio y de manera creciente hasta que la noticia ha tomado protagonismo absoluto.
Por ejemplo, las autoridades sanitarias y el periodismo han recurrido a la “guerra” como metáfora, algo que, en mi opinión, es muy exagerado. Como consecuencia, dado que lo que nos decimos configura nuestra percepción, mucha gente lo interpreta de manera literal, empieza a encontrar enemigos en todos lados, se produce una histeria social de larga duración y una secreción permanente de las hormonas del estrés; llegado a un punto, estas crean desequilibrios que afectan al metabolismo, a los sistemas reproductor, cardiovascular y gastrointestinal o el cerebro. En cuanto a la inmunidad, el exceso de hormonas de estrés, en este caso en forma de miedo, baja y altera las defensas, predisponiendo a enfermedades respiratorias, alergias, enfermedades autoinmunes e infecciones en general. De alguna manera, aquello que las autoridades buscan evitar, también lo están estimulando.
Empoderarse en lugar de aterrorizarse
¿Y cómo podría evitarse y mitigarse este estado de cosas? El escenario es real, no caben dudas, y las medidas preventivas son razonables -aunque no sabemos su efectividad real al momento de escribir esto y, mucho menos, su utilidad más allá de las cuarentenas obligatorias, confinamientos y aislamiento social-.
Sin embargo, con la comunicación basada exclusivamente en el miedo con la propia OMS a la cabeza, no se le proporcionó a la gente herramientas para tomar acción y hacerle frente al desafío. De alguna manera, recurriendo a la metáfora de la guerra como configurador de la consciencia colectiva, es como si nos enviaran al medio de un combate entre dos frentes, completamente desarmados y sin una trinchera en la que guarecerse.
Las primeras líneas de defensa de nuestro organismo son la prevención y nuestra inmunidad natural. Las medidas tomadas apuntan a la prevención, y eso, está claro, debe apoyarse. Sin embargo, ni las autoridades sanitarias, ni la mayoría de los médicos, ni los medios de comunicación, han hablado prácticamente nada de la importancia de nuestro sistema inmunitario en la labor preventiva o curativa.
Sabemos que no es lo mismo comer de una manera u otra para garantizarle a nuestro organismo las proteínas, los ácidos grasos, las vitaminas, los minerales y los fitoquímicos necesarios para que el sistema inmunológico funcione adecuadamente; quien está verdaderamente ocupado en contener una pandemia se ocupa mínimamente de enseñarle a la gente que no es lo mismo comer azúcar refinado que unas frutas, un embutido industrializado con pan blanco que una carne al horno con papas, un panificado industrial que un porridge de avena o un licuado de banana. ¡Y la diferencia no es menor en la práctica!
Podríamos sumarle la comunicación de recursos baratos que ayudan a prevenir o mitigar infecciones respiratorias por estímulo de la inmunidad natural, tales como plantas medicinales (equinácea, llantén, eucalipto, gordolobo, ambay, tomillo…), alimentos específicos (ajo, cebolla, jengibre, limón), complementos nutricionales (vitamina C, zinc, selenio…). En ningún caso se trata de sustancias milagrosas, pero sin ninguna duda, en todos los casos se trata de sustancias que crean auspicios positivos para sostener nuestro bienestar ante esta o cualquier amenaza infecciosa y, además, le brinda a la gente el registro de poder hacer algo más por su salud, más allá de quedarse encerrada aterrorizándose con las noticias que pasan en la TV.
Pasar de ser pasivos espectadores desinformados de nuestras posibilidades a participantes activos en aprendizaje permanente, haría una gran diferencia aquí y ahora y nos empoderaría con recursos que tendríamos disponibles para siempre. Y por supuesto, canalizaríamos el estrés en acciones productivas: hacer ejercicio, comer bien, descansar adecuadamente, meditar, prepararnos una infusión, y de esta manera saber que efectivamente estamos haciendo lo mejor por nosotros mismos. ¡La diferencia es enorme!
Pablo de la Iglesia
Médico Naturista