Hoy nos prometen que la explotación del litio es nuestra salvación para terminar con la contaminación por pilas e incluso por combustibles fósiles (por los autos eléctricos); el litio se lo vende como la respuesta para las comunidades de las provincias del noroeste argentino, Catamarca, Salta y Jujuy.
La explotación del litio puede no ser tan peligrosa como la de oro por ejemplo, que en el norte de nuestro país dejó comunidades enteras enfermas y completamente contaminadas con plomo. Sin embargo, algo compartido con el resto de la minería es el impacto directo en las aguas. El litio se explota a través de la succión de grandes cantidades de salmuera, el agua que está bajo los salares. Ese proceso seca ecosistemas: en zonas del norte argentino y chileno, en las cuales se extrae litio, zonas extremadamente áridas, el uso de agua potable para la extracción y producción del mineral es un riesgo para la sustentabilidad de la zona.
El Geólogo Fernando Días explica: “…puede estimarse que por cada tonelada de litio extraída se evaporan alrededor de dos millones de litros de agua, clara evidencia de que la minería del litio en salares es una minería del agua”.
En el proceso de producción se presenta un potencial peligro en cuanto a que las sustancias pueden contaminar las aguas subterráneas, el aire y los suelos. Se necesitarán enormes cantidades de químicos tóxicos, carbonato de sodio, bases y ácidos para procesar el litio. El escape de dichos químicos por medio de la lixiviación, derramamiento o emisiones atmosféricas pone en peligro a comunidades y al ecosistema.
No muchos saben que hace ya 20 años que una gran corporación química norteamericana llamada FMC Lithium explota el Salar del Hombre Muerto, ubicado en la provincia de Catamarca, posicionándose entre las cuatro mayores productoras mundiales de litio (SQM, Albermale, Tianqui y FMC controlan el 80 % de las exportaciones mundiales). Y muchos menos son los que conocen la manera en que dicha empresa logró adjudicarse en 1991 el contrato de explotación, protagonizando una de las privatizaciones más escandalosas y a la vez más ocultas de nuestra historia reciente. Sin embargo, esta mina no significó la salvación de la comunidad, el departamento de Antofagasta de las Sierras donde se encuentra el Salar del Hombre Muerto, aún permanece aislado (los operarios son trasladados en avión al proyecto que posee su propia pista de aterrizaje), su escasa población de 1500 habitantes carece de los servicios básicos y la Dirección de Gestión Ambiental Minera recibió serias denuncias por la contaminación del delta del río Trapiche (que drena al sur del salar donde se emplazan las instalaciones de la empresa).
Nuestra ley de minería permite la explotación por capitales extranjeros dejando poco y nada a las provincias y aún menos a las comunidades. Las regalías que se quedan las provincias deberían ser del 3% de la boca de mina. Sin embargo datos oficiales de la Secretaría de Minería de la Nación reconocen que Catamarca recibe, por el Salar del Hombre Muerto, regalías sólo el 1,6 % de la facturación de la empresa. De cada 100 dólares que FMC Lithium se lleva de litio (recurso no renovable), sólo deja 1,6 dólar. En América Latina, Chile, Bolivia y Argentina concentran más de la mitad de las 40 millones de toneladas que conforman las reservas probadas del planeta. Y mientras Bolivia nacionalizó sus reservas y no deja que haya inversión extranjera en este producto valioso y Chile limitó en los últimos años las licencias de explotación del «oro blanco» en la zona cordillerana. La Argentina se convirtió en la meca elegida para las empresas extranjeras. Es cierto que el litio nos permite baterías recargables y autos eléctricos y que estos, para el consumidor de los productos, son menos contaminantes; pero si es genuino el deseo de cuidar el ambiente, hay que pensar la ecología tomando la totalidad de la cadena productiva, no sólo el consumidor final que efectivamente generará menos emisiones de carbono. Porque esta “ecología” es absolutamente discriminatoria: construye territorios de primera y de segunda, pueblos contaminados y ciudades con baterías recargables.
Catalina Llarín
CONVIVIR