La papa andina y la soberanía alimentaria

Si bien aquí en Buenos Aires solemos consumir un solo tipo de papa, en el norte de Argentina, las papas andinas, mantienen una diversidad genética mucho mayor que las papas modernas o comerciales a las que estamos acostumbrados. De alto valor alimenticio y nutricional el cultivo de este alimento puede darse en una gran variedad de terrenos. El INTA ha trabajado junto a pueblos originarios del norte del país para rastrear y recuperar 100 genotipos de papa andina originarios de la zona, con el objetivo de proteger y estudiar el tubérculo.

Las papas andinas presentan muchísimas variedades que fueron conservadas de generación en generación, es un cultivo ancestral con hasta 10 mil años de historia. Investigadores del INTA y el Conicet se encargan, desde hace muchos años ya, de conservar y cuidar las variedades de la papa andina con el fin de garantizar su protección. En 2016 gracias a esto pudieron restituirles a pueblos originarios de Jujuy 100 genotipos que habían sido conservados en el Banco de Germoplasma del INTA. A lo largo de la investigación se ha encontrado que dentro de cada variedad de papa andina hay múltiples mezclas y variantes que no pueden ser conservadas pero sí se sostienen en el cultivo, por lo que es de gran importancia para conservarlas que las comunidades sigan cultivándolas. 

La papa andina tiene un gran valor nutricional con alta cantidad de almidón, vitaminas, minerales y fibra; en menor medida, pero más que otros tubérculos, aporta proteínas, una cantidad similar a los cereales. Tiene propiedades antioxidantes, antimutagénico, antimicrobiano, antineurodegenerativo, anticancerígeno. “Pueden proteger nuestro cuerpo al retardar el progreso de muchas enfermedades infecciosas y crónicas no trasmisibles, como patologías cardiovasculares, tumorales y neuronales”, explica Adriana Andreu investigadora independiente del Conicet.

La papa andina es un tubérculo nutritivo y muy resistentes por lo que son fáciles de cultivar en distintos territorios. Sin embargo, las tendencias de la agricultura actual amenazan la conservación de sus variedades, se pierde diversidad genética al cultivar variedades reducidas, con esto se pierde conocimiento sobre su manejo y se la desvaloriza. Los cambios climáticos en los ciclos del agua, la contaminación de terrenos y el avance de cultivos extensivos “más rentables” amenazan el futuro de la papa andina. 

En este marco es importante defender la soberanía alimentaria que es ante todo un derecho. Es “el derecho de cada pueblo, comunidad y país a definir sus propias políticas agrícolas, pastoriles, laborales, de pesca, alimentarias y agrarias

que sean ecológicas, sociales, económicas y culturalmente apropiadas a sus circunstancias exclusivas.” (Foro de ONG/OSC, 2002). La soberanía alimentaria se levanta precisamente contra la agricultura como industria, enfatiza la importancia de la producción local y sustentable, el respeto por los derechos humanos, precios justos para los alimentos y la agricultura, comercio justo entre países y la salvaguarda de nuestros bienes comunes, patrimonio de toda la sociedad, contra la apropiación y privatización.

El proceso de concentración de poder en la industria agropecuaria se dio de la mano de la transgenesis, el uso de agro tóxicos, el patentado de semillas, el monocultivo… Monsanto se convirtió en la cara más visible y denunciada de este proceso (y no es la única). Sirve como ejemplo de la centralización y expansión, hoy la agroindustria es internacional, multinacional, está más allá de las identidades nacionales y las fronteras. 

Cuando se debate la prohibición de sustancias como el glifosato o las prácticas de la agroindustria se alega que sin ellas no sería posible alimentar a la población. Cuando en realidad no son las grandes empresas las que alimentan el mundo, más del 70% de la comida que consume la humanidad es resultado del trabajo de pequeñas unidades de producción. En el 20-30% de la tierra arable cosechan el 60-70%  de los cultivos alimentarios; utiliza menos del 20% de los combustibles fósiles y 30% del agua destinada para usos agrícolas. Nutre y usa la biodiversidad de manera sostenible y es responsable de la mayor parte del 85% de los alimentos que se producen y consumen dentro de las fronteras nacionales.

La papa andina es uno de los cultivos regionales más importantes para la alimentación de sus pobladores, es importante protegerla y conservarla como se hizo durante miles de años. De esto se tratan varios de los proyectos llevados a cabo por el INTA y el Conicet. Ariana Digilio –especialista del Banco de Germoplasma del INTA Balcarce– explicó que el rescate, conservación y restitución de variedades a las comunidades tiene el fin de “contribuir a la agrobiodiversidad en los sistemas agrícolas y a la preservación de la identidad cultural de los pueblos originarios”.

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