En la era actual, el consumidor experimenta un despertar. No se trata solo de elegir productos; sino de optar con conciencia más adulta, sobre lo que comemos, usamos y cómo esto impacta en nuestra salud y el planeta. Las estrategias de marketing y publicidad, antes veladas, hoy se nos desnudan, revelando un sistema que prioriza las ganancias desmedidas por encima de nuestro bienestar y medio ambiente.
Miedo, seguridad y negocio
Las grandes corporaciones no operan al azar. Conocen a fondo nuestra psicología: saben cómo nos aferramos a nuestros miedos y creencias de seguridad, y explotan esa vulnerabilidad sin piedad. Nos lo demuestran a diario. ¿Cuántas veces, por miedo, elegimos lo que nos dice una voz con “autoridad” (el médico, la publicidad) aún cuando nuestra intuición nos grita lo contrario? Nos refugiamos en una falsa seguridad, sufriendo las consecuencias amparadas en que «todo estará bien» porque alguien “experto” lo dijo.
En Argentina, bromeamos con que todos somos médicos o directores técnicos. Pero en serio, ¿cuántos no se atreven a cuestionar, a preguntar por alternativas, por miedo a lo desconocido o a tener que «hacer algo al respecto» si descubren la verdad? Esta inercia es oro para la industria.
El consumidor como campo de pruebas
Para estas empresas, somos un vasto campo de estudio y experimentación. Antes de lanzar un producto, realizan estudios exhaustivos: analizan nuestros gustos por edad, sexo, clase social y ubicación. Llegan a lanzar versiones ligeramente diferentes de un mismo producto en distintas zonas geográficas, solo para observar nuestras reacciones ante un aroma o sabor y decidir cuál masificarán. No buscan crear un producto infalible; buscan que lo parezca. No buscan que satisfaga genuinamente; buscan generar una sensación de satisfacción. Y, por supuesto, no buscan que dure, sino que tenga una obsolescencia programada.
¿Te suena familiar? Compramos un producto de limpieza «milagroso» que funciona una vez y nos enamoramos. Al poco tiempo, su calidad disminuye drásticamente, obligándonos a usar más cantidad, o a comprar otro. Nos mantienen cautivos con la marca y una publicidad que nos promete lo que ya no cumple. Es una ingeniería social que roza la paranoia, encerrándonos en un laberinto de miedo versus seguridad que ellos mismos construyen.
La valentía de elegir diferente
¿Estamos realmente indefensos ante esta realidad? ¡Claro que no! El problema es que, al creerlos «expertos», renunciamos a nuestra propia capacidad de experimentar y de buscar alternativas. Pero si recuperamos nuestra seguridad interior, esa que no está dictada por los eslóganes del marketing, podemos atrevernos a explorar caminos más saludables.
Reconozcamos algo: el miedo es una válvula de seguridad vital. Ser valiente no es no tener miedo, es obrar a pesar del miedo. Entonces depende de nosotros desenmascarar si ese miedo es real o una invención. Muchas de nuestras creencias más básicas, antes formadas por la cultura o la familia, hoy están moldeadas por el marketing y la publicidad desde la cuna. Desarmar este andamiaje requiere valentía.
Construyendo soluciones
Es fácil reaccionar con indignación ante este sistema y volvernos «militantes» de la ecología o el consumo consciente. Pero si lo hacemos desde el mismo sistema de creencias que nos llenó de contradicciones, no llegaremos lejos. Ese sistema está diseñado para que compremos todo «ya hecho», y la idea de tener que hacerlo por nosotros mismos nos paraliza.
A veces, esa frustración se nos desvía. Vemos a emprendedores que intentan ofrecer alternativas saludables y, en lugar de apoyar, descargamos nuestra impotencia criticando sus defectos sin ver sus virtudes. Aceptamos sin chistar los productos industriales que generan un desastre ecológico sin precedentes, pero volcamos nuestra furia en quienes intentan hacer algo mejor.
La vida no es un Blanco – Negro. Si tomáramos conciencia de lo que hay detrás de cada emprendimiento, apoyando lo bueno y señalando constructivamente lo mejorable, como consumidores podríamos impulsar un cambio real. Aquí se suma un factor crucial: la ignorancia. Opinamos como expertos de lo que no sabemos, cuando tenemos no solo el derecho a opinar, sino la obligación de informarnos primero. Criticar un envase de plástico sin considerar la seguridad de un niño en la ducha es un ejemplo claro de una crítica informada a medias. El problema no es el envase, el problema es que ese plástico no es biodegradable y se lo permite producir.
Información, amor y demanda consciente
No vamos a mitigar nuestro miedo con la falsa seguridad del marketing. Tenemos la obligación de informarnos y ser valientes al experimentar otras alternativas. Esto implica un proceso de crecimiento y experimentación. No se trata de saltar de un extremo al otro, sino de construir un camino que nos brinde las herramientas para dejar de ser rehenes de las corporaciones que dictan nuestros deseos y necesidades.
La verdadera seguridad de la salud en nuestras familias no está en lo que nos vende la góndola. Está en el amor y la higiene en nuestras cocinas. Si el tiempo es un obstáculo para cocinar saludablemente, entonces el amor debe manifestarse en protegernos a través de la información y la profundización sobre lo que realmente nos nutre, no lo que nos da una sensación de bienestar aparente y temporaria.
Recordemos: el poder de la demanda genera la oferta. No al revés, como nos han hecho creer el marketing y la publicidad. Es hora de activar ese poder y construir un futuro más saludable y sustentable para todos. El poder está en nuestra decisión de compra. Somos responsable por lo que consumimos y por lo que demandamos. Seamos coherentes.
Por Ignacio Conde
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