Como si viviéramos en un barco azotado por una tormenta, con tanto valor trastocado, con tanta amenaza a la integridad, compartiendo el desafío que significa llevar a buen término un día; nos manejamos en este mundo.
Los voceros del desamor echan sus redes, esperando sacar algo de tanto desatino. Como mariposas encandiladas por la luz, nos cuesta apartarnos de lo que nos degrada, el artificio, lo irreal. Los valores duraderos parecen opacados por tanta cháchara vacía que nos envuelve y si no permanecemos atentos, nos dejamos llevar.
Nadie nos prometió que esta vida sería un lecho de rosas, pero todos aspiramos a que esta «nave» en la que estamos embarcados, se estabilice y renazca la calma. Para continuar con la metáfora, pensemos qué se hace cuando acomete una tormenta y estamos en el medio del mar: todos tratan de colaborar para estabilizar la nave. Y eso es lo que tenemos que hacer, ocuparnos todos juntos de mejorar el presente. Unirnos, no esperar que lo haga el otro; participar, ser solidarios y altruistas. Entender que lo que le pase a uno, le pasa a todos y que esta crisis global se superará cuando todos -absolutamente todos- nos ocupemos de cada detalle para superarla.
No lo podremos lograr en 1 año, ni en 2. Pero sí podemos ir acrecentando la solidaridad para ayudar al que sufre. E ir contribuyendo en eso de «despertar consciencias» si está en nuestras manos el hacerlo. Empezar por ser piadosos es un buen comienzo. Comprender al que se equivoca –porque ignora- también. Proponernos que nuestra pequeña vida sea importante en este magno escenario que se está desarrollando, y contribuir, aunque sea mínimamente, a que la vida sea mejor.
Por ahora -mientras tanto estamos en el ojo de la tormenta y tenemos que salvar todo lo salvable