El equilibrio en el dar y recibir

“-No era consciente de que mi cuerpo, al soportar tantas demandas, me había convertido en un volcán en erupción. En cada discusión, mi voz salía como tiro desde algún lugar de la garganta, sin importarme qué estaba diciendo. Parecía que alguien había sacado las trancas de mi cuello, y yo comenzaba a arrojar con furia todo lo que durante años tenía atragantada.”

Ella llevaba en sus hombros una historia de rigurosa autoexigencia, sus comportamientos y decisiones ocurrían bajo el manto de un bienestar camuflado que se sostenía desde el confort del otro. En ningún momento había un registro de sí misma, siempre andaba atendiendo las solicitudes de los demás. Lo más preocupante era que, cuando aparecían ciertos mensajes como dolores corporales, cansancio extremo, o manifestaba reacciones iracundas, maquillaba esta valiosa información con racionalizaciones. Se ausentaba de sí misma como hipnotizada y repetía por dentro: “Todo va a pasar”, “Ya vendrán tiempos mejores”, “Las cosas van a cambiar, haré lo posible para que así sea” 

En esta mujer, existía una obstinación en ser querida que se basaba más en el temor a perder el lugar de “salvadora” o “mujer todopoderosa” que en el cuidado de sí misma y el desapego vincular. 

Este modo de organizar su existencia corría el riesgo de convertirse en una ruta autodestructiva, porque, probablemente, el incremento de solicitudes la llevarían a delegarse cada vez más y de este modo, se iría quedando vacía de sí misma.

La vida se sostiene desde el autocuidado primero y luego el cuidado de los demás para que la energía circule equilibradamente: dar, recibir y viceversa. 

Se trata de actitudes y comportamientos impulsados por “ardores egoicos” maquillados de altruismo que suelen generar saldos costosos.  

Si el reconocimiento es cuantificable: “cuanto más doy más me van a querer” es un problema para la persona que da. A veces, hasta se pierde el respeto por aquella que invierte hasta las últimas reservas de esfuerzo y, cuando no puede cumplir con la solicitud, pues viene la culpa.  Podemos inferir, entonces, que en este desequilibrio hay una trama vincular que manipula cuyos hilos conductores se tejen en función de una búsqueda de amor atravesada por la voz del ego, una voz que confunde, enreda y aleja a la persona del sí mismo corporal.

El sí mismo corporal o la voz del cuerpo desde su fuente o naturaleza, se manifiesta por la autoexpresión, por la expansión de la existencia individual, el autoconocimiento; un registro personal que permite tomar conciencia de los deseos, de gestionar los límites de sus posibilidades  y así, conseguir alimentarse con placer corporal, viviendo desde dentro y no hacia afuera y distribuyendo sus energías de manera equilibrada en el dar y recibir. 

Por Alejandra Brener

Lic. en Ciencias de la Educación
Ter. corporal – Bioenergetista

alejandrabrener@gmail.com

Facebook Alejandra Brener Bioenergética

Instagram: @espacioatierra

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