El eje Intestino-Cerebro: una red crucial para la salud mental

El sistema digestivo y el sistema nervioso están intrínsecamente conectados a través del eje intestino-cerebro, una compleja vía de comunicación bidireccional que permite que lo que sucede en tu intestino influya en tu cerebro y viceversa.

El sistema nervioso entérico (SNE), a menudo conocido como el «segundo cerebro» por su complejidad neuronal (con 200 a 600 millones de neuronas) controla el sistema digestivo y se conecta con el sistema nervioso central (SNC) a través del eje intestino-cerebro, vinculando las funciones intestinales con los centros emocionales y cognitivos. Esta comunicación se establece principalmente a través de:
El nervio vago, que es la «autopista» principal, transmite señales directamente desde el intestino al cerebro y viceversa, influyendo en todo, desde las sensaciones de hambre y saciedad hasta las respuestas emocionales.
Las células del intestino y la microbiota intestinal (los microorganismos que viven en él) producen una gran cantidad de neurotransmisores (serotonina, dopamina, GABA) y hormonas que pueden viajar al cerebro y afectar el estado de ánimo, el estrés y la cognición.
El sistema inmunitario (gran parte se concentra en el intestino), nos avisa que si hay inflamación en el intestino, estas señales pueden viajar al cerebro, afectando la función neuronal y contribuyendo a problemas neurodegenerativos.
Como vemos, el sistema digestivo y el sistema nervioso están en constante diálogo.
Las bacterias residentes, incluidas las del intestino, son únicas en cada persona y una parte importante de nuestra constitución: las bacterias incluso superan en número a las células del organismo. La capacidad de esas bacterias es enorme, y las nuevas investigaciones sugieren claramente la existencia de un vínculo entre lo que comemos, el estrés que experimentamos y el estado de nuestra microbiota intestinal.

Un desequilibrio con profundas implicaciones para la salud mental
La disbiosis intestinal es un desequilibrio en la composición y función de la microbiota, donde la proporción de microorganismos beneficiosos disminuyen, o pueden aumentar los dañinos, o se reduce la diversidad general. Este desequilibrio impacta directamente en el cerebro a través de las varias vías clave del eje que vimos anteriormente, generando desequilibrios químicos en el cerebro como la producción alterada de serotonina, vital para el estado de ánimo, sueño y cognición; los neurotransmisores GABA, que reducen la excitabilidad neuronal; y la dopamina, vinculada a la motivación y el placer. 
La disbiosis también puede llevar a un aumento en la producción de hormonas del estrés como el cortisol, lo que exacerba la ansiedad y la depresión, donde  las alteraciones en la microbiota resultan ser factores contribuyentes en el desarrollo o la severidad de estos trastornos.
Cuando hay inflamación intestinal, los metabolitos alterados pueden comprometer la  barrera hematoencefálica, haciéndola más permeable y permitiendo que sustancias dañinas lleguen al cerebro más fácilmente, lo que puede contribuir a la neuroinflamación y los metabolitos alterados, que son factores clave en la patogénesis de enfermedades neurodegenerativas como  la enfermedad de Parkinson (EP) y la enfermedad de Alzheimer (EA).
También, a partir de las alteraciones en la composición de la microbiota intestinal y síntomas gastrointestinales, aparecen trastornos del neurodesarrollo y neuroconductuales, particularmente el trastorno del espectro autista, donde se han identificado patrones específicos de disbiosis.
Un microbioma sano es una microbiota diversa. En estas enfermedades, la dieta y el estilo de vida influyen en la diversidad de las bacterias intestinales. Lo que comemos, la frecuencia con la que hacemos ejercicio, el lugar donde vivimos y la etapa de la vida que transitamos juegan una parte, así como el estrés, el consumo de antibióticos y fármacos y los contaminantes.
Integrar nuevos hábitos, más allá de la alimentación, no solo ayudará a tener un intestino más sano, sino que sentará las bases para una mente más equilibrada y un mayor bienestar mental.
El estrés crónico o la ansiedad, son disruptores que activan nuestro SNC y acentúan la respuesta de “lucha o huida», lo que puede alterar la motilidad intestinal, aumentar su permeabilidad y desequilibrar la microbiota.
-Practicar mindfulness o meditación, yoga, pasar tiempo en la naturaleza, tener hobbies relajantes y hacer diferentes terapias, son grandes estrategias para cuidar nuestro estilo de vida.
-Dormir lo suficiente y tener un horario de sueño regular también resulta fundamental, ya que la privación del sueño o su mala calidad, desregula las hormonas del estrés, impactando negativamente en nuestro estado de ánimo.
-La actividad física también ha demostrado que mejora la diversidad de la microbiota y reduce la inflamación, además de ser un excelente regulador del estrés y mejorar el estado de ánimo.
-Es importante evitar el uso innecesario de antibióticos y la automedicación en general. Si bien los antibióticos son cruciales para tratar infecciones bacterianas, el uso indiscriminado de medicación puede dañar severamente la microbiota, eliminando tanto las bacterias dañinas como las beneficiosas.
En última instancia, el cuidado de tu eje intestino-cerebro se convierte en un pilar fundamental para la salud integral. Al comprender que nuestro bienestar mental y el equilibrio de nuestro intestino están profundamente entrelazados, podemos integrar conscientemente hábitos de vida saludables, desde lo que comemos hasta cómo manejamos el estrés y descansamos. Cuidar nuestro cuerpo es cuidar nuestra mente, para una mayor plenitud y equilibrio emocional.

Por Andrea Busceme/Terapeuta Gestalt
Enfoque Holístico de la Salud
Instagram: @mensajesenelcuerpo


Scroll al inicio