Despojarnos de los miedos

Estamos viviendo una etapa de profundos cambios. Los nuevos hábitos nos dan la oportunidad de rehacer otro modo de vincularnos.  Aunque el aislamiento o distancia social, afectó la convivencia familiar y develó conflictos, también afianzó relaciones. 

Casas habitadas por una persona han sido ámbitos de largas horas de soledad, pero también de momentos de introspección que generaron reencuentros con una o uno mismo. En ese lapso, comenzaron a brotar emociones, tal vez decisiones, que andaban agazapadas. En términos generales abundó el insomnio, las ansiedades extremas u otros mecanismos antes no experimentados. Tanto en los solos y solas como en los grupos familiares, la imposibilidad de habitar lugares recreativos cerrados motivó a realizar paseos fuera de la casa para “airearse” y reflexionar. Las plazas y parques se llenaron de público para respirar aire puro. Los árboles se convirtieron en “los pulmones del mundo”, porque se tornaron en espacios donde la gente se cargaba de energía pura y al habitar superficies arboladas se daban “baños de naturaleza”. Ante el condicionamiento en el uso pleno de los sentidos, el baño de naturaleza otorgó espacios de apertura para respirar mejor y creó un puente entre la gente y el mundo natural. Aunque aún faltan los abrazos, los festejos de cumpleaños con la familia ampliada y amigos, aunque los encuentros se dan por video llamada, algunos vecinos empezaron a saludarse por los balcones y a ofrecer ayuda.  Los lazos sociales se apuntaron a una disposición más empática y se ha fortalecido la construcción de nuevas redes sociales mediante organizaciones barriales, la universidad ha puesto en marcha tareas de voluntariado.

Quienes optaron por experimentar la expansión emplearon el tiempo disponible para darle espacio al cultivo de actividades placenteras que antes no podían realizar por las exigencias laborales fuera de la casa. Así es que retomaron prácticas artísticas, físicas, culinarias entre otras e hicieron contacto con el placer de realizarlas. Emprender, disfrutar, resultó un aliciente que facilitó respirar el imprevisto. Este hecho permitió disponerse con apertura y expansión, es decir en contacto con la energía vital.  Contemplar estos movimientos actuales es un aspecto potente de este momento para aprender a canalizar lo nuevo. La posibilidad de cuidarnos, resguardarnos sólo es una transición. 

La vida en sus diversos ciclos personales e históricos va tejiendo lienzos sobre nuestro cuerpo, algunos más gruesos otros más finos. Al ir creciendo los percibimos, sentimos el susurro de las diversas espesuras, telas de colores conocidos, texturas ásperas, suaves, de formas concretas o extrañas. Si permanecen en el tiempo, necesitamos respirar más profundo para volver a palparlas, allí notamos que se han transformado, tienen otro color. Al sentirlas sobre el cuerpo las percibimos abrumadoramente hermosas, solo el hecho de advertirlas la convierte en algo valioso. Otras aparecen enmendadas por tanto tironeo o porque tal vez se han rajado y hasta cuarteado. Todas nos resultan familiares, todas son parte de nosotros. Inhalamos y advertimos, olores mustios y al soltarlos emanan otros purificados. Los dejamos volar. Al rato vemos como se esfumaron lejos. Seguimos con la vista su vuelo. Entonces nos encogemos de hombros y giramos un poco para poder mirarnos sin esa carga. Solo un instante es necesario para decidir despojarnos de los miedos y permitir aflorar lo auténtico, lo que permanece y confiar en lo esencial que es el placer de la propia existencia.

Alejandra Brener 
Terapeuta corporal bioenergetista
alejandrabrener@gmail.com
/Alejandra Brener Bioenergética
@espacioatierra

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