Arranca octubre y busco la primavera en los pequeños verdores, me asusto si llego a ver demora, me pasó cruzando la plaza Vicente López: “Dónde está el verde? estás vivo? ahí estás!!”- lo digo mentalmente al árbol, o hablándole directamente. Tengo un poco corrido el miedo al ridículo.
Busco, necesito reencontrarme con la promesa de que todo está y estará bien. La paz de la continuidad, a pesar de los miedos y de lo injustos que somos entre nosotros.
“Mundos dentro de mundos”, vivimos experimentando realidades distintas pisando el mismo suelo. Fuegos, pérdidas dolorosas, ganadores, los que sanan, los que entienden y apoyan, o los que no recuperan, los que olvidan y los que recuerdan. Todos en el mismo tiempo, creciendo a la vez, comprendiendo tal vez, dejando ser, quizás.
Caminando una de estas mañanas, no sé qué festejo escolar habría, cruzo maestros y niños de guardapolvo blanco, cada vez menos visibles en capital, iguales a los brotes pero hechos de risa; cruzo y esquivo otro grupo reducido de tres niños con sus “seños”, que eran 4. Daban vuelta a la manzana uno caminando, otro en su transporte a ruedas, y el tercero juguetón, encaramado a la espalda de una de ellas… Son de la escuela especial municipal de la otra cuadra, recordé. Niño no hablaba, pero trepaba; seños charloteaban en un divertido grupo, una le dice: “la próxima cuadra la haces caminando, a que tu mama no te lleva siempre a upa” …al niño no le importa y pide cambiar de espalda y espalda se presenta amorosa. “Es un monito y vos su bananero”- dijo la seño, con la ternura de los que tenemos monitos sobrinos, monitos hijos, monitos nietos, y a continuación el grupo cantó espontáneamente: “el mono come banana subiéndose al bananero…” y los 8 seguimos nuestro camino tarareando, aunque creo que sólo yo me fui sintiendo que me regalaron la esperanza de primavera.
Cecilia Andrada – Directora