Hace unos 130 millones de años, durante el Cretácico, algunas especies vegetales iniciaron un camino evolutivo que las alejaría del resto de sus congéneres y las convertiría en temibles cazadoras. Estas especies invirtieron el sentido de la cadena trófica y, de ser alimento de los animales, pasaron a alimentarse de ellos.
El porqué de este cambio continúa siendo una cuestión a debate. Según la explicación más aceptada por los biólogos, la transformación se habría producido de la siguiente manera: el agua acumulada en las depresiones del limbo foliar de la planta habría atraído aun buen número de insectos, algunos de los cuales morirían ahogados en su afán por alcanzar el líquido. Descompuestos por las bacterias presentes en el agua, el nitrógeno y el fósforo en ellos contenidos serían absorbidos por el vegetal, proporcionándoles una ración extra de nutrientes, que complementarían a los obtenidos mediante la fotosíntesis. El hecho de que la mayoría de las especies carnívoras habiten en medios pobres de minerales, parece corroborar esta hipótesis, que, sin embargo, no explica por qué otras especies que compartían el mismo hábitat no siguieron una línea de adaptación similar. En cualquier caso, el accidente se convirtió en hábito y el paso del tiempo transformó las hojas de éstas plantas en sofisticadas trampas para insectos, ranas, pájaros y otros pequeños vertebrados. Cepos sensitivos, gotas viscosas, ventosas aspirantes y nasas son algunas de las técnicas de caza que se impusieron en este incipiente universo, en el que la definición del término vegetal adquiría un nuevo significado.
En la actualidad, las plantas carnívoras o carnivorofitas, comprenden casi 600 especies. En Europa se encuentran varias especies de las cuales la Drosera rotundifolia y la acuática Utricularia vulgaris son las más significativas entre todas ellas.
Aunque la mitología popular y los relatos de los viajeros les atribuían la capacidad de devorar bueyes, e incluso personas, en realidad solo dos especies han desarrollado métodos activos para la captura de vertebrados de pequeño tamaño. Se trata de la Aldrovanda vesiculosa la más antigua de las carnivorofitas conocidas, y de la Dionea muscipula, endémicas de Carolina del Norte y comúnmente llamada «Venus atrapamoscas».
La evolución de las plantas carnívoras, presentes en los medios terrestres, acuáticos y aéreos, constituye uno de los más fascinantes ejemplos de adaptación dentro del mundo vegetal. Lo único que les resta, y con esto harían feliz a más de un escritor de ciencia-ficción, es andar.
Miguel Diez / NATURA