Estamos viviendo en una sociedad donde muchos de sus habitantes exhiben cierto grado de comportamiento autodestructivo. Algunos están ausentes, como hipnotizados, sin prestar atención a lo que les sucede, otros andan como embotados fugitivos de su propia esencia. En lugar de ir en busca del placer, de estar plenamente vivos o vivas, insisten con la ida de alcanzar cada vez más poder y lograr el “éxito”, destacarse y “maquinar” constantemente el modo de “triunfar” para “ganarse un nombre” hasta convertir tal camino en el pulso dominante. Esta búsqueda, es tentadora, porque, cuando se encuentra, conquista la tan ansiada “gloria”. Sin embargo ese tipo de éxtasis lleva consigo costos. Detrás de ciertas sonrisas hay un esfuerzo desmesurado por agradar a los demás sin reparar que están generando potenciales “Césares” que mueven el pulgar hacia el lado de la victoria o del fracaso. Así, la persona “agraciada”, la supuestamente “exitosa”, poco a poco, se va transformando en un objeto de control, quien, accionado por el motor de la admiración, queda atrapado o atrapada.
Al principio es fascinante ser “admirable” pero, con el tiempo, se advierte como un efecto narcótico que no puede detenerse. Repercute tan potentemente que se transforma en una influencia destructiva de la personalidad.
Cuando observamos a esas personas que se muestran con la sonrisa fingida, que gestualizan con movimientos rígidos, se nos viene la sospecha de que están enredados por algo que toma posesión de su cuerpo. Son potentes fuerzas que les indican cómo actuar, cómo sentir. Ellos o ellas avanzan bajo la máscara de personajes que escudan su espontaneidad y, consecuentemente, su vida se transforma en una simulación. Algunos creen que la “dicha” del “éxito” le da pase libre para ser “importante” o hasta creen dominar en cualquier escenario de la vida cotidiana. Arriban a algún sitio, crean ondas de suspenso y la gente se calla, algunos hasta se sienten disminuidos. Buscan someter, por eso llevan en su cuerpo tensión y la transmiten. Andan atrapados, atrapadas por la necesidad de ser respetados desde la admiración y la creencia de “ser especiales”. La gente los alardea exageradamente y le alimentan su ego de manera ampulosa, tanto que, con el tiempo, el éxito se le “sube a la cabeza” más allá de su capacidad para gozarlo. En ningún momento se disponen a verse, solo actúan mediante la construcción de imágenes distorsionadas de su sí mismo corporal. Existen por fuera de su cuerpo, porque, precisamente, viven hacia el afuera. Se exhiben y esfuerzan con el fin de sostener constantemente su éxito. Así crean perfiles en redes mostrando su “suerte”, “fortuna” con un tinte de despreocupación que equiparan con la sensación de “felicidad”. Una felicidad que es medida por la cantidad de logros y resultados obtenidos y que se sustenta bajo el supuesto de que cuanto más alcance masivo tenga el impacto de sus imágenes o palabras, más felicidad se obtiene.
El éxito pensado desde una perspectiva egocéntrica es como un foco “peligroso” que ilumina solo a uno o a una, entre muchos. Esa persona tuvo la “dicha” de ser refractada y su misión será continuar distinguiéndose de los demás, mientras éstos quedarán en la sombra.
Hay otra forma de pensar el éxito que se distingue de la anterior y es pensarla desde adentro hacia afuera. Es decir aquella que conecta con el cuerpo y se mide según el cuidado y el bienestar personal y social, según la búsqueda de lo que es bueno para uno sin ningún tipo de dependencia con la mirada del otro. El éxito más genuino es aquel que responde al cumplimiento con las leyes de nuestra naturaleza más esencial y esa solo se encuentra cuando se escucha las necesidades más profundas de uno y del otro y la más poderosa recompensa es la gratitud. En lugar de pedir aprobación, no se busca nada a cambio, y de esa manera el éxito se comparte, no se acapara. Esta manera de pensar el éxito construye comunidad, no aísla, crea tejidos y contribuye, sobre todo, al bienestar personal y del otro. Probemos este modo de ser exitosos, no solo el cuerpo lo agradecerá sino, sobre todo, el universo social que nos rodea
Alejandra Brener
Terapeuta corporal bioenergetista
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