La cultura occidental nos marca progresivamente nuestros roles y vínculos a medida que crecemos: desde nuestro rol de hijos y de adultos, vamos logrando la progresiva independencia hasta la interdependencia que significa integrar un equipo: laboral, deportivo o familiar. En los Últimos años estos roles asignados en forma bastante estructurada durante mucho tiempo para hombres y mujeres, han cambiado permanentemente.
El hombre ya no está encuadrado como garantizador del sustento familiar detentando el poder que esto implica.
Tampoco puede basar su autoestima en el reconocimiento en el ámbito laboral que le permita acceder a posiciones cada vez más elevadas hasta el momento de jubilarse. La mujer que forma una familia, muchas veces después de haber obtenido un título y un posicionamiento laboral, sufre un gran estrés durante muchos años tratando de combinar en forma eficaz los roles familiares y profesionales y/o laborales.
Cuando llegan a la sexta década de la vida las personas nuevamente se ven sometidas a duros cambios y contingencias (cuando creíamos que habíamos llegado a superar muchos conflictos y podíamos gozar de una paz concedida como premio).
Se hace necesario demistificar este concepto que solo nos trae nuevos conflictos. Es un tiempo de duelos, de desidealizaciones por el cuerpo y los modelos juveniles. Suele coincidir con el desprendimiento de los hijos, el advenimiento de nuevos miembros de la familia, yernos, nueras, nietos, etc. Aparecen las exigencias intergeneracionales: los propios padres se vuelven más dependientes y al mismo tiempo los hijos, en el proceso de desarrollo de su autonomía aún requieren el apoyo de los padres.
En esta etapa de la vida la mujer y el hombre se enfrentan al requerimiento personal de reencontrar su papel específico, ya que en la sociedad no está bien determinado porque ésta, a través de sus nuevas pautas tiende a des-valorizarlos y desubicarlos. Es en estos momentos donde se produce un sentimiento de caída, de depresión, de falta de autoestima, de falta de libido, malhumor, cansancio y resentimiento. En el hombre las modificaciones psicobiológicas son renegadas por los prejuicios culturales, que estimulan la eficiencia, la omnipotencia, y la hiperactividad potenciada por la arrogancia individual que se prolongan por lo menos hasta el cese de la actividad laboral.
En este momento, hacen crisis todos los medios y desasosiegos largamente escondidos: hay una pérdida objeta, el trabajo, sobre el cual estaba asentada su autoestima, y si no incorpora nuevos objetos, solo se acentúa la hostilidad de la persona, hecho bien conocido y no del todo manifestado por las esposas, en quienes frecuentemente se proyecta la agresión. Otras veces no la proyectan en el entorno y lo hacen contra sí mismos, apareciendo la depresión, el insomnio, los intentos suicidas, afecciones cardíacas, respiratorias, etc.
Dentro de este panorama general, de la edad adulta y especialmente a partir de los cincuenta años, deseo que este artículo sirva de estímulo para una nueva toma de conciencia, para una nueva educación, que no es ni más ni menos que un viaje al interior de nosotros mismos. Para lograr una nueva y mejor calidad de vida se hace necesario integrarse a nuevos grupos de pertenencia cambiando enfoques, actitudes y hábitos de vida, que beneficiarán la salud del cuerpo y de la mente.
Dra. María Rosa Quartino
Psiquiatra