Los propósitos son como llamaradas que luego se convierten en misión. Suelen nacer como experiencias que hacen fluir y fluir sin realizar nada de esfuerzo en su realización. Les voy a ofrecer el modo en que viví la evolución de mis propósitos. De niña solía crear un universo de relatos con tan solo percibir a las personas. Me preguntaba por qué algunos cuerpos cercanos erizaban la piel, otros congelaban los músculos hasta la parálisis y otros parecían tener una llave para abrir el pecho y hacer brotar una alegría intensa. Me quedaba callada frente a cada persona y la visualizaba como personajes de un cuento secreto dentro de mí. Hoy reconozco que, durante esos años comenzó a germinar uno de mis propósitos: la escritura. Simultáneamente a estos relatos internos, miraba los cuerpos y advertía la energía sutil o densa de la gente, eso me producía emociones intensas que controlaba también de manera callada. Este iba a ser el germen de mi otro propósito: la terapeuta corporal. Ambas inclinaciones pasaron desapercibidas porque supuse que mi misión en la vida era ser educadora, en verdad no me equivoqué, pero elegí un modo de prepararme que no me cautivó: cursé la carrera de licenciada en educación, y ahí nomás interrumpí la magia de los cuentos y observaciones energéticas porque necesité vivir solo en mi cabeza con el fin de poder cumplir con las exigencias universitarias. Era una estudiante aplicada pero triste, porque no estudiaba desde el corazón, solo buscaba la aprobación de las materias y llegar a la credencial. La hiperaccionalidad y la extrema exigencia laboral después de obtener el título, me produjeron un alto agotamiento y síntomas corporales que me condujeron a dar un salto cualitativo: abandonar todo lo que había construido como una licenciada “prestigiosa” y dar un “volantazo” en mi carrera profesional. Después de una serie de experiencias previas como transitar un profesorado de yoga y escribir artículos acerca de lo corporal, llegué a la formación como terapeuta bioenergetista y allí tomé consciencia de ese mundo fascinante que había vivido en mi infancia y adolescencia y no había reconocido como camino posible. Viví entonces como una especie de reinvención identitaria. En términos bioenergéticos, advertí los signos del “enraizamiento” y el camino hacia el propósito de vida. Esto significó la adquisición de una firmeza en las convicciones y un caminar con los pies sobre una tierra que me identificó totalmente. Así fui y voy profundizando mi propósito con más y más seguridad. Entiendo que este proceso no tiene fin, se va reciclando por etapas. Hay infinidad de rutas posibles para delinear el camino y cada una está conectada con puentes mágicos hacia decisiones apoyadas en intuiciones, sentimientos y, especialmente, la autoconfianza para enriquecer el propósito. Sin embargo, hay algo de esta experiencia que me quedó fijado con firmeza: una vez que tomé consciencia de cuáles eran los propósitos, no hubo vuelta atrás.
¿Cuál es tu propósito?
Por Alejandra Brener
Lic. en Ciencias de la Educación
Terapeuta corporal bioenergetista
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