No se puede salir adelante en una sociedad que se autodestruye, anulando a los individuos
que la componen, desencantándolos continuamente mediante mensajes negativos.
En una colmena, todos sus ocupantes se manejan con un solo fin: la supervivencia como especie, lo mismo sucede en un hormiguero, o en el magnífico acomodamiento que llevan a cabo las distintas especies vegetales para adaptarse y sobrevivir.
Los humanos nos matamos unos a otros, nos estafamos, odiamos, mentimos y atropellamos. ¿Pensamos que esta manera de vivir vale la pena, que comportándonos así puede haber un futuro deseable?
Quedándonos quietos, sin hacer nada, omitiendo y permitiendo conductas que llevan al abismo, el futuro no vale la pena, nos estresamos, desmoralizamos, o nos quedamos encerrados en nosotros mismos.
La solución no pasa por salir a luchar contra quienes –creemos- ya no tienen cura, porque en ese caso nos convertimos en lo mismo que detestamos. Como ya lo expresamos otras veces en esta misma co- lumna, la mejor solución posible es el cambio. Que cambiemos cada uno. De a poco, individualmente. Que de a uno restablezcamos la conciencia de la hermandad, del bien común. Que cada día nos demos cuenta –uno a uno- que si dañamos o estafamos al otro, nos dañamos y estafamos a nosotros mismos, ya que quebramos nuestro futuro.
Si hoy toma conciencia una sola persona en todo el planeta, y mañana toma conciencia otra y pasado otra más, esa será la única posible esperanza de que haya un futuro y valga la pena vivir.
Porque somos células –en este caso benignas- y contagiamos a las célu- las que nos rodean. Y porque no hay fuerza que se oponga a alguien con ideales, centrado y con claridad en la acción apuntada al bien.
M.S.F