En la escuela le decían que tenía hombros curvos como los de una costurera, y como ella era lo que veían de sí, iba corriendo al espejo y observaba los hombros de esa manera. Luego llegaba a su casa y el hermano le quitaba el pan de la mano criticando su gordura, levantaba su remera y, al advertir su abdomen, dejaba el pan sobre la mesa y comía la mitad de la porción de fideos que tanto había deseado durante toda la mañana.
Paula pasó muchos años de su vida siendo infiel a sí misma. Se dejaba influenciar por los juicios que recaían sobre ella. Se apropiaba de cada una de las palabras sin discernimiento. No lograba diferenciar su propia valoración de sí porque andaba empeñada en priorizar la opinión de los demás sobre su persona. Una aceptación enceguecida por el temor a no ser querida. ¿Qué estaba necesitando aprender Paula?
Pues la posibilidad de confiar en sí misma. Al hurgar en su pasado notó que había convivido con la realidad de un cuerpo que no lograba reaccionar cuando alguien lo dañaba, que andaba como anestesiado por temor a generar conflicto con los demás. Recordó aquellas oportunidades cuando algunas personas la hacían sentir que estaba de sobra o cuando la manipulaban. Pudo reconocer su rostro inerte, su voz callada mientras su pecho ardía de impotencia. Recorrió muchos episodios de su historia hasta que consiguió tomar conciencia y reeditar emociones que surgían tras advertir ciertas actitudes descalificadoras de los demás. Paulatinamente, logró aprender a responder, a tomar postura, y finalmente a discernir entre la opinión de los otros y la propia. ¿Qué fue lo que hizo despertar su autoconfianza? La percepción de su presencia como una forma de hacerse espacio entre las relaciones. Tuvo que aprender a limitar el modo en que algunas personas se dirigían a ella y no permitir la expresión liviana de juicios que le resultaran ofensivos.
Después de mucho trabajo consigo llegó a la conclusión de que hay diversas formas de experimentar el mundo. Se puede estar ausente, hipnotizado, presente o seguro de sí. Si quizá hemos pasado años viviendo habituados, adaptados, por fuera de nuestra presencia, si pasamos de largo porque la vida transcurrió adormecida, como le sucedió a Paula, es hora de comenzar a registrar el cuerpo. Porque más allá del daño que ha acontecido, existe un potencial. Donde creemos que ha sucumbido la esperanza espera un nuevo comienzo, el preludio de un giro, de un movimiento. Si en el pasado existió la pobreza de un cuerpo que no lograba reaccionar y sentía que estaba de sobra, en el presente puede haber sitio para él. Aprendemos a base de sentir y explorar ese pasado. El pasado está en nuestro cuerpo. Solo debemos buscar herramientas para encontrarlo y enfrentar a aquello que nos ha adormecido. El encuentro con la auto confianza permitirá allanar el camino para aceptarse tal cual uno es y no sucumbir en la opinión del “afuera”, una influencia que erosiona poco a poco nuestra maravillosa singularidad.
Alejandra Brener
Terapeuta corporal bioenergetista.
espacioatierra@gmail.com