Este antiguo y sabio refrán nos da oportunidad para una “charla metafísica” acerca de las posibles maneras de considerar y comprender la Vida en los múltiples modos y planos de su manifestación.
Desde nuestro nacimiento comenzamos a incorporar hábitos, creencias, postulados y principios de vida que forman un marco de referencia dentro del cual se desarrolla nuestra experiencia vital. De acuerdo a esa orientación que recibimos aprendemos a VER y comprender eso que llamamos “realidad” y que llega a ser para nosotros, lo “natural” y lo único consistente. Como que las cosas son de esa manera y así debe ser. De modo que el “mundo” es lo que nuestra percepción física registra y las creencias y criterios de nuestro medio social establecen. Lo que excede ese marco, se considera con diversos grados de escepticismo, desdén o temor, como sobrenatural, ilusión, fantasía, alucinación, etc. Este modo de “Ver” se expresa en el conocido apotegma: “Ver para creer”.
Pero a veces se nos hace patente, por diversas experiencias subjetivas, que somos algo más que una máquina biológica. Más aún, llegamos a comprender vivencialmente, que no somos meramente un cuerpo sino que nos expresamos a través de un cuerpo, sin que éste sea un límite infranqueable para el “yo-sujeto” que mora en él y conduce ese vehículo “hecho del polvo de la tierra” (Ge. 2:7). Esta fractura del modelo de pensamiento fisicalista se produce cuando me doy cuenta que ese ser particular que llamo mi “yo”, no está separado del Ser en sí. De modo que es posible cambiar de perspectiva y aprender a VER las cosas de otra manera.
¿Qué puede ocurrir si nos damos permiso para concebir la manifestación del Ser o de la Vida como una “realidad” múltiple e inconmensurable, más allá de los límites de la percepción sensible, o de los patrones de pensamiento que las diversas épocas históricas consagran cómo válidos?
¿En qué momento comenzamos a trasponer los límites de nuestra razón material, sin ser un soñador divagante?
Este es un tema que tiene que ver con la evolución de la conciencia, a medida que se ascienden niveles más y más complejos de comprensión. En nuestro actual estado de evolución, sabemos que el ejercicio de ciertas praxis psico-espirituales, como la Oración y la Meditación, los rituales místicos, iniciáticos y sacramentales, así como ciertas expresiones artísticas, activan paulatinamente los sentidos psíquicos que permiten al Espíritu ampliar la manifestación de sus posibilidades, particularmente por medio de la inteligencia intuitiva o Mente Superior.
Estos sensores nos abren los horizontes de mundos o dimensiones que llamamos “espirituales” para indicar que están más allá de la materia densa en la que moramos “naturalmente” como “espíritus encarcelados”.
Pero con frecuencia experimentamos dudas, vacilaciones y temores ante la posibilidad de abrir nuestra comprensión a otros mundos o morar en dimensiones del ser que no resultan familiares o naturales, y nos comportamos como aquel prisionero que se identificó a tal punto con su prisión que se negaba a abandonarla cuando quedó libre. Es decir, estamos tan adheridos a nuestros patrones de pensamiento, que éstos actúan como programaciones, equivalentes a prisiones mentales y a veces con pomposa fraseología científica, fijan los límites de lo que debemos considerar el campo de lo “real”, más allá del cual se extendería el dominio de la ilusión, la fantasía y los múltiples disfraces de la locura.
Y si nuevamente nos damos permiso para pensar más allá del espacio de las programaciones, nos podemos preguntar, ¿Cuáles son los límites de nuestra función mental? Si la mente es el instrumento maestro del Espíritu, y su canal de expresión, sus funciones no tienen límites, salvo los que nosotros mismos le imponemos en virtud de nuestras propias creencias y supuestos.
Qué podría ocurrir si cambiamos el paradigma y en lugar de “Ver para creer”, establecemos que es necesario “Creer para ver” (Credendo = creyendo, y Vides = verás).
Creer no es sinónimo de credulidad pueril o ingenuidad, sino que indica aceptar otras posibilidades de “ver y comprender”. Esto implica aceptar que somos mucho más que lo que creemos que somos, y que la “realidad” es algo que constantemente se construye y se expande hacia nuevos horizontes, planos, reinos, dimensiones, mundos… más allá de los sensores físicos y los moldes culturales, que solo nos revelan una versión minúscula y filtrada del Ser.
Pero ninguna otra versión se nos podrá mostrar, si previamente no aceptamos y nos abrimos mentalmente a la posibilidad de que algo diferente se “muestre”. Y, además, si finalmente, no reconocemos que este “dedal” en el que estamos metidos y que llamamos el “Mundo” nos impide VER cósmicamente y abrirnos al “Pluriverso”.
Prof. Carlos A. Papaleo
Lic. en Filosofía y Psicología
Esta postura abre múltiples posibilidades hacia el conocimiento, y a la postre, entre otras ventajas, nos haría más tolerantes a otras visiones del mundo.
Considero este artículo como una invitación al crecimiento personal rompiendo paradigmas.
Muchas gracias
Saludos
Ing. Jorge Alberto Luna Areas