Un aire helado me recorrió la espina dorsal. Lo que acababa de escuchar en boca del médico que me realizaba un chequeo de rutina, me dejó paralizada.
A mil pensé: si me dice que voy a estar bien, quiere decir que ahora estoy mal: cáncer.
A partir de ese momento se sucedieron exámenes, análisis que confirmaron el diagnóstico, una serie interminable de papeleos y autorizaciones, interconsultas donde todos opinaban y yo era la que ponía el cuerpo.
Así se inició lo que sería un recorrido de meses, donde me enfrenté con la posibilidad de mi propia muerte. Al principio me parecía que no se hablaba de mí, que yo no podía tener en mi cuerpo algo peligroso o mortal.
Me sentía ajena al despliegue que familiares y amigos realizaban con gesto preocupado. Cuando me encontré cara a cara con las tomografías y vi que dentro mío algo se estaba muriendo y me estaba matando, tomé conciencia.
Comencé a sentir rabia: ¿cómo a mí me iba a pasar esto?. Y estando en casa a solas grité, lloré, di golpes a las paredes, con furia le dije a Dios cómo permitía algo semejante. Protesté varios días, hasta que me di cuenta que no había nada que hacer, que tenía cáncer y… o me ocupaba de mí, o me moría.
Me enfrenté al tratamiento que me aconsejaron los médicos: rayos y quimioterapia y luego una posible intervención.
Recordé todo lo que había leído y visto en otras personas: la caída del pelo, la pérdida de peso, los dolores… Ahí fue que me puse a rezar.
Varias veces por día le pedía a Dios y a los ángeles del cielo que me ayuden, porque sentía mucho miedo. Después me sentaba a meditar y encontraba paz. Comencé a ver que parientes, amigos y conocidos que se enteraban de lo que me pasaba, me daban aliento. Gente a la que no veía hacía un tiempo, me llamaba para decirme: sabés que estoy acá, contá conmigo. Me fortalecí con cada uno de ellos que me hacía sentir querida.
Y poco a poco elaboré un plan de lucha. Me dije que ese cáncer no iba a terminar conmigo, que todavía tenía muchas cosas que hacer en la Tierra.
Me acercaban libros que brindaban otra visión de la enfermedad, y los leía y ponía en práctica todo lo que decían: visualizaciones, órdenes mentales, meditaciones. Aprendí, yo que ni siquiera quería oír hablar de cáncer, ni leer notas sobre el tema; que muchas personas en todas partes lo habían superado. También caí en la cuenta que la sanación no iba a ser de un día para el otro, ni mágica o milagrosa.
Un médico me dijo: con esta enfermedad es el día a día. Me metí en Internet, leí en diarios, busqué todos los métodos no tradicionales que conocía.
Como primera medida, me dije que iba a aceptar el tratamiento que me proponían los médicos, pero que no iba a descartar ninguna posibilidad de las que se me ofrecían. Inicié tratamiento psicológico, para conocerme más e investigar cómo fue que me ocasioné tamaño daño, ya que la enfermedad no era algo que me vino de afuera, ni un contagio.
Leí los aportes de la Nueva Medicina de Rike G. Hamer y descubrí la “Ley de Hierro” para esta enfermedad: que se origina por un proceso mental ocasionado por una situación
de extrema angustia, vivida en soledad. Nadé en mi historia personal y llegué a la conclusión que no importaba qué me enfermó, o cómo me enfermé; que lo importante ahora era la convicción que tenía de que ya no quería repetir las conductas que me hicieron desembocar en un cáncer.
Que tenía que ver mi vida desde hoy para adelante, y qué iba a hacer con ella.
Me dije que no se me iba a caer el pelo, y que en lo físico no iba a decaer. Y se dio.
Como primera medida, entendí que me tenía que reconciliar con la enfermedad. Según lo que aprendí, toda enfermedad es un maestro que viene a enseñarnos algo; así que le di gracias. No fue nada fácil decirle al cáncer: “gracias por todo lo que me estás enseñando”. Me costó varios días de intentos sin poder hacerlo, ya que dentro mío lo rechazaba, hasta que lo hice.
Cuando visualicé la enfermedad y le agradecí, me di cuenta que la estaba desarmando, que de esa forma perdía el miedo y le quitaba fiereza al monstruo. Y cuando lo hice me di cuenta de todo lo que había movilizado la enfermedad en mi vida.
Fui tomando nota mentalmente de la solidaridad con que me había conectado: con el altruismo de algunos médicos, con el amor de las enfermeras, con las atenciones que todos
me brindaban, y -por sobre todo- con el afecto con que me trataban.
Solamente con estas demostraciones, tengo que decir que valió la pena tener cáncer. En la búsqueda interior que desencadenó el darle las gracias, se fueron sucediendo mil detalles que antes permanecíandormidos y ahora se destacaban en mi vida, demostrándome lo afortunada que soy. Así que fue un “gracias” que duró bastantes días y que investigué a fondo.
Después estuvo el tratamiento con productos naturales, donde apliqué todo lo aprendido. Y bien que me sirvió.
Era -y es todavía hoy- toda una batería de gotas, comprimidos, hierbas y demás; que me fortificaron y me dieron la confianza de que me ocupaba de mi sanación en todos los frentes.
También agradecía y bendecía a los rayos y a la quimioterapia, cuando me los aplicaban, ya que comprendí que todo tratamiento viene de Dios, igual que toda ciencia, y que todo era para mi bien.Y para finalizar, como el verdadero motivo de esta nota, voy a detallar el cóctel de productos naturales que tomé y sus beneficios. En primer lugar, comencé con los brotes germinados de soja y alfalfa, alimentos vivos con toda la fuerza del crecimiento para
la futura planta, de efectos reconstituyentes, anticancerígenos y proveedores de vitaminas.
Un querido amigo me trajo el hongo para preparar té de kombucha, conocido en todo
el mundo, que todavía hoy estoy tomando. Anticancerígeno y bienhechor para varias
enfermedades.
Tomé jalea real en microcápsulas, antiséptica, bactericida, potencia las defensas naturales, provee vitaminas, en especial las Vitaminas B y E.
Produce resistencia a la fatiga que ocasionan los rayos.
Dos veces por día bebo una copita de tónico de lapacho, reconstituyente celular, ayuda a superar la anemia que produce la quimioterapia, es bactericida y con acción
antioxidante.
Tinturas madre: en dos vasos con agua, 2 veces por día, tomo –alternando- unas u
otras de las siguientes:
Uña de gato peruana (uncaria tomentosa), anticancerígena, antiinflamatoria, aumenta las defensas.
Echinacea, también aumenta las defensas. Chuchuhuasi, de acción antiinflamatoria y anticancerígena.
Cola de caballo, famosa como diurético, aumenta las defensas y provee calcio. Buena para heridas y ulceraciones. Sangre de drago, sana heridas y ulceras. Manzanilla, poderoso desinflamante, aporta hierro.
Angélica, digestiva y con acción antitumoral. Para paliar los efectos secundarios de las radiaciones, utilizo vía externa e interna:
aloe vera.
Aún hoy, 2 veces por día, tomo 1 cucharada de copos de levadura, por sus efectos
revitalizantes y anticancerígenos. Y por último, detallo los alimentos anticancerígenos que incorporé a mi dieta: miel, jengibre, manzana, coliflor, clavo de olor, cebolla, brócoli, ananá, algas marinas, tomates, uvas y verduras de hoja verde. Todo me ayudó, cada producto de origen mineral, vegetal o animal aportó lo suyo.Pero creo que lo único importante es tener ganas de seguir viviendo y sentir que la vida vale la pena de ser vivida.
Después de 7 meses de tratamiento, los estudios indican que ya no está la lesión.
El día que recibí esa noticia, se abrieron los cielos.
Volvía a ser yo, pero a la vez era otra distinta.
La vida me había brindado la posibilidad de terminar con todo y borrarme del camino, o esta otra que era una segunda oportunidad; ahora podía volver a contemplar la llegada de un día nuevo de otra manera. Entiendo que soy muy afortunada, durante los tratamientos compartí con personas que también estaban peleándole a la enfermedad, pero que sus padecimientos fueron aún mayores que los míos. También entiendo que en una vida todas
son pruebas, algunas buenas, otras no. Y que no tienen importancia las causas que
originaron esas pruebas, ya sean equivocaciones personales, sufrimientos, karma
individual o colectivo, culpas, o lo que fuere. Lo importante es ponerse las pilas y salir
airoso de lo que la vida nos presenta. Quiero publicar estas reflexiones porque pueden ayudar a alguien que está pasando por algo parecido, o que tiene un pariente
que está en el mismo trance. Ojalá que así sea, que el recuento de lo que hice para sanarme les sirva, como me sirvió a mí.
Delia López