“No puedo hacer nada al respecto” “Es lo que hay” me dijo una persona al referirse a una relación conflictiva que la acechaba. “Estoy condenada a vivir con esto por el resto de mi vida”
Ella, resignada, soportaba una relación y no había manera de que se abriera al cambio. Al evocar la situación que la aquejaba, sus expresiones se cubrían de un manto de negatividad y, a medida que repetía aquellas frases, iba asentando dentro de sí, una pasividad que la recluía entre las paredes de su preocupación. Atrapada por la resignación estaba capturada por el drama, y sus relatos mentales alimentaban actitudes victimistas que la esclavizaban dentro de un laberinto sin salida.
Adoptar una actitud de resignación ante un conflicto, disminuye la posibilidad de buscar alternativas, la persona queda postrada y va en camino hacia el sufrimiento. La contracara de la resignación es la aceptación. Aceptar aquello que sucede, aun cuando aflige, abre espacio para la templanza, porque libera al conflicto de la carga dramática. Hay modos de construir relaciones ancladas en cimientos traumáticos, que a veces quedan fijados y son muy difíciles de modificar, en este punto, es clave la manera de encarar esos vínculos. Aceptar que la historia de vida acentuó diferencias, discordia con seres queridos, prepara para adquirir una actitud paciente ante ciertos desacuerdos que distancian. Esto alivia la ansiedad por cambiar la situación de manera inmediata. Poner en marcha la aceptación significa darse tiempo para sondear aquello que ha herido el vínculo, que se necesita dejar atrás porque no da paz. El camino de la aceptación ofrece libertad, abre la puerta para el movimiento y el cambio, invita a relajar, no luchar, desplegar posibilidades, observar lo que se tiene para poder decidir qué camino elegir. El poder de la aceptación radica en la capacidad para convertir una situación negativa en una oportunidad. El apego a aquello que abruma alimenta el sufrimiento, en cambio, la capacidad de aceptarlo crea una distancia entre lo que oprime y su fuente. En ese intervalo llega la aceptación, es una pausa divina que esclarece.
Aceptar las experiencias traumáticas produce cierto alivio porque el cuerpo deja de resistirse y de luchar contra el dolor de esa herida. Cuando se abandona esa pelea y sobreviene la serenidad, se advierte un universo mucho más amplio que la pretensión de calmar y así se van sanando las heridas. Dicho en otras palabras, cuando se toma cierta distancia de lo vivido, se acepta el malestar sin magnificarlo ni tampoco controlarlo y se lo integra como parte de la experiencia de vida.
Por Alejandra Brener
Terapeuta corporal bioenergetista
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