Imaginen que sus brazos son como paños que se estiran alzándose hacia el cielo y caen hacia la tierra. Respiren junto a esa tela que se desliza como agua resbalando. Ahora el paño se levanta como una ola que avanza gigante, se detiene, y vuelve a caer arrastrándose en el suelo- dijo mi profesora de expresión corporal la primera vez que bailé en su estudio.
Ella me enseñó que danzar es hermoso. Mientras bailaba sentía orgullo de mi cuerpo, de mis contornos, de mi vientre, de mis brazos largos y articulaciones gruesas. Me invadía una agitación íntima cuando ella giraba sus dedos con lentitud o cuando me invitaba a bailar sin depender de coreografías o formas “bonitas”. En ese momento mi cuerpo se elevaba, lo sentía diáfano, liviano, luminoso y algo en mi interior huía, se alejaba de las corazas que me encerraban en rumiaciones y me mantenían como atrapada en dramas. Cuanto más participaba de las clases de expresión corporal, más era consciente del encanto de la danza.
Hoy desde mi adultez, les confieso que, cuando bailo, soy feliz porque no solo me muevo con mis músculos, sino que lo hago con mi espíritu, eso invisible y bueno que acompaña el movimiento. Es como un aire calentito que emana de mis caderas haciendo círculos expansivos y trazando líneas con mis piernas, formas ondulantes que nacen espontáneamente. Bailo sola y con otros, trenzando brazos, haciendo rondas que producen como una euforia colectiva. Qué bello se siente…
Joan Manuel Serrat en uno de sus cantos dijo: “… existe siempre una razón escondida en cada gesto. Del derecho o del revés, uno solo es lo que es y anda siempre con lo puesto.”
Cuando danzo surge esa razón escondida en cada gesto, eso que se es, sin máscaras o evitaciones, solo hace falta soltarse, sin esquemas, sin formatos. Para mí el baile hace emanar lo personal y representa un puente mágico hacia la plenitud y el placer. Todo lo sutil y delicado, lo que está vehiculizado por la suavidad, lo etéreo del movimiento o lo que implica una descarga energética necesaria para liberar tensiones, me transporta a un lugar de gozo. Bailar genera una alquimia que produce armonía interna. Bailemos, siempre bailemos… .
Por Alejandra Brener Lic. en Ciencias de la Educación Ter. corporal – Bioenergetista
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