Verduras orgánicas – cantidad y calidad

Además de aportar nutrientes básicos para los procesos vitales de nuestro organismo, las verduras también nos curan y nos desintoxican. Cada vez hay más estudios científicos que corroboran la sabiduría intuitiva de nuestros ancestros. De allí la importancia de incrementar su uso. Pero lamentablemente el modo «industrial» de producirlas deja sus pesadas huellas; en ciertos casos disminuyendo sus cualidades terapéuticas y nutricionales, y en otros convirtiéndolas en fuente de intoxicación. O sea todo lo contrario a lo que necesitamos. De allí la importancia de conocer estos hechos y a quienes las producen.

ASPECTO NUTRICIONAL

Las verduras nos nutren de: clorofila (sobre todo las hojas verdes), abundante cantidad de sales minerales (es la fuente alimentaria más rica), vitaminas, proteínas, antioxidantes, enzimas, levaduras, fibra y agua biológicamente pura; todo ello con muy pocas calorías. La clorofila -sintetizada por las plantas a través de la luz solar y de composición similar a la hemoglobina de nuestra sangre- nos aporta la energía y la vitalidad del sol. El contenido energético y vitamínico de los vegetales ha sido medido con distintos sistemas y todos evidencian la merma que se produce con la conservación. A pocas horas de recolectados, los vegetales comienzan a acusar pérdidas, que se agravan con la exposición al aire, al frío y al calor.

Por la preponderancia de elementos alcalinos (potasio, calcio, magnesio, sodio), las verduras contribuyen a mantener la reacción básica del organismo, neutralizando ácidos. Recordemos que ésta es la condición indispensable para permitir los fenómenos vitales de nuestro cuerpo.

ASPECTO TERAPÉUTICO

Si los vegetales son importantes en la dieta por la cantidad de principios nutritivos, más importantes lo son por sus numerosos principios terapéuticos. Las antiguas civilizaciones lo sabían y recién ahora la ciencia esta descubriendo la acción de gran cantidad de antibióticos, hormonas, antioxidantes, etc., que explican los efectos curativos de las verduras. Si bien cada una aporta lo suyo, en general favorecen la fluidez natural de la sangre y reducen el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Su presencia diaria en la mesa ha demostrado su efecto preventivo en tumores.

Por su parte la clorofila nos aporta sus principios tónicos, antianémicos y bacteriostáticos, obrando como reconstituyente de tejidos, neutralizante de toxinas y preventivo de tumores pulmonares.

El poder alcalinizante de las verduras combate los efectos de la acidosis: reuma, artrosis, artritis, etc. Su contenido en minerales -y sobre todo en microminerales- hace que las verduras nos eviten problemas de descalcificación y desmineralización.

Otro beneficio del consumo genérico de vegetales es el aporte de fibra, con la cual se estimula naturalmente el peristaltismo intestinal y se combate el estreñimiento. Para conocer los efectos terapéuticos específicos de cada verdura, puede solicitar gratuitamente un folleto detallado.

DE QUE MANERA

DEBEMOS CONSUMIRLAS

Es necesario consumir todos los días una buena dosis de vegetales frescos y la mayor parte debe ingerirse cruda. Las experiencias científicas demuestran que al ingerir alimentos cocinados, aumenta la producción de glóbulos blancos en la sangre, como si el organismo se pusiera a la defensiva. En cambio esto no ocurre cuando nuestro primer bocado es de alimentos crudos y éstos forman parte activa del plato. Es decir que la clásica ensalada debe ser parte obligada del almuerzo, por el indispensable aporte de sustancias vitalizantes (sobre todo de sales alcalinas, vitaminas termosensibles, enzimas y clorofila) que requiere nuestro organismo.

Consumiendo verduras cocinadas, es importante hacerlo al vapor (método más rápido y económico), guisadas o con el agua de cocción (reduciendo al mínimo la cantidad), a fin de aprovechar al máximo las vitaminas y las sales alcalinas. Si bien en verano las verduras son más necesarias y más abundantes, en invierno no debemos dejar de ingerirlas, para tratar de compensar la baja de vitalidad orgánica, generada por la menor exposición solar y el mayor consumo de alimentos cocinados. Cada estación del año nos brinda las variedades adecuadas a las condiciones del clima y a las necesidades del cuerpo.

QUE ES UNA VERDURA

DE «CALIDAD»

– Aquella producida en nuestra zona de residencia y en la estación. Las antiguas filosofías orientales y los movimientos naturistas consideran necesario que el hombre se nutra mayoritariamente con alimentos producidos en su hábitat y en la estación del año. El suelo, el agua, el clima y las especies vegetales de cada zona geográfica proveen al ser humano de los nutrientes correctos para afrontar las exigencias del lugar y de cada estación climática. Los modernos sistemas de comercialización ofrecen como un logro, poder disponer de cualquier tipo de vegetal en cualquier momento del año. Esto genera muchísimos desequilibrios orgánicos y problemas de salud. Los vegetales y el ser humano tienen precisos equilibrios estacionales de nutrientes (sobre todo sodio y potasio) que son alterados cuando consumimos -por ejemplo- un fruto proveniente del trópico en el frío invierno serrano.

– Aquella que llega fresca a la cocina. La cadena de intermediación (productor, acopiador, mercado, minorista) necesita tiempos prolongados entre la recolección y la llegada a manos del consumidor. Los vegetales pasan gran parte del tiempo en cámaras frigoríficas o exhibidas al aire, lo cual reduce inevitablemente su contenido vitamínico y energético.

– Aquella cultivada sin fertilizantes químicos. El uso y abuso de fertilizantes inorgánicos (sobre todo nitrogenados) genera rápidamente volumen en los vegetales, en detrimento de su calidad. Además del sabor y el perfume, esto disminuye el contenido de aminoácidos, vitaminas y microminerales. Esta problemática se ve agravada por el agotamiento del suelo en microminerales, elementos claves para los procesos vitales en la tierra y en nuestro cuerpo. Carencias en el organismo de vitamina A, magnesio, cobre, litio, manganeso y molibdeno, por ejemplo, están asociadas a desarrollo de cáncer, afecciones virales, anemia, mala absorción de calcio, problemas reproductivos, caries dentales y problemas nerviosos. Por otra parte la fertilización química aumenta el contenido de nitratos, sustancia que el organismo convierte en las cancerígenas nitrosaminas. Los abonos químicos -y el consiguiente empobrecimiento del suelo- también disminuyen la resistencia de las plantas a insectos (los cuales deben ser combatidos con más productos tóxicos) y el tiempo de conservación de los vegetales.

– Aquella recolectada en su justo momento de maduración. El pesado sistema de intermediación exige largos períodos de conservación (ya reducidos por el uso de fertilizantes químicos) y por ello se recurre a la recolección anticipada. Al no permitirse la madurez en la planta, los vegetales reducen ostensiblemente sus contenidos de nutrientes.

– Aquella no tratada con agrotóxicos. La agricultura «industrial» hace uso de innumerable cantidad de productos químicos tóxicos para controlar hierbas, hongos e insectos que atacan a los débiles cultivos artificializados. Hay casos -como la manzana- con más de 25 pulverizaciones en la temporada de producción. Esos residuos pasan a nuestro organismo, generando gran cantidad de afecciones y sobre todo desequilibrios en nuestro delicado sistema de glándulas y hormonas. Este tipo de contaminación, que no podemos evitar en los alimentos industrializados, puede en cambio evitarse eligiendo vegetales producidos sin uso de herbicidas ni pesticidas.

– Aquella regada con agua pura y limpia. Resulta grave el uso irresponsable de aguas servidas (ricas de materia orgánica, pero también de contaminantes) en el riego de cultivos hortícolas próximos a grandes ciudades.

– Aquella proveniente de semillas naturales. La escalada de las semillas transgénicas ha llegado a la huerta. Los tomates larga vida son un ejemplo palpable: además de ser insípidos, su capacidad de resistir largos almacenamientos (por la acción de un gen de pescado introducido en su ADN) le quita la energía vital de todo vegetal fresco. Para evitar la desaparición de las semillas naturales y la catastrófica pérdida de biodiversidad, las pequeñas comunidades rurales están generando sus propios bancos de semillas, volviendo a prácticas antiguas.

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