El cigarrillo electrónico se ha convertido en un ícono de modernidad. Con diseños sofisticados, luces LED, formas que evocan dispositivos tecnológicos y una extensa variedad de sabores y aromas —frutales, mentolados, exóticos—, el vapeador construye una estética “limpia” y atractiva que fascina a buena parte de la juventud. Así como el cigarrillo simbolizaba en los años ’50 cierto glamour rebelde, hoy el vapeo redefine el gesto social: ya no se asocia al tabaquismo ni a lo adulto, sino a una pertenencia cultural. Se comparte en escuelas, trabajos y espacios públicos como parte de un nuevo código generacional.
Sin embargo los riesgos de padecer enfermedades respiratorias son una realidad:
La Sociedad Argentina de Neumonología (SAN), que nuclea a especialistas de todo el país, y la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), dedicada a la salud infantil y adolescente, coinciden en que los riesgos del vapeo están lejos de ser una hipótesis. Algunas de las afecciones ya registradas incluyen:
EVALI (lesión pulmonar aguda asociada al vapeo). Se trata de una inflamación pulmonar severa que puede confundirse con una neumonía grave. Los síntomas incluyen dificultad respiratoria, tos persistente, fiebre y dolor en el pecho. Desde 2019 se han reportado más de 60 muertes en Estados Unidos, y en Argentina se confirmaron casos que requirieron internación en terapia intensiva.
Bronquiolitis obliterante. También conocida como “pulmón de palomitas de maíz”, esta enfermedad afecta las vías aéreas pequeñas, que se obstruyen debido a cicatrices. Provoca jadeo permanente, tos crónica y dificultades respiratorias, incluso en personas sin antecedentes de asma o alergias.
Exacerbación de asma y patologías crónicas. El aerosol del vapeo irrita las vías respiratorias, aumentando la frecuencia de sibilancias, tos y episodios asmáticos. También puede disminuir la saturación de oxígeno en sangre, lo que agrava otras afecciones respiratorias.
Exposición a sustancias tóxicas. El vapor inhalado contiene metales pesados como plomo y níquel, formaldehído, propilenglicol, glicerina y aditivos como el diacetilo. Estas partículas ultrafinas llegan a lo más profundo de los pulmones, generando inflamación persistente.
¿Puede ser cancerígeno?
Aunque aún no se ha establecido una relación directa en humanos, muchos de los compuestos hallados en los vapeadores —nitrosaminas, metales pesados, formaldehído y aditivos artificiales— están clasificados como cancerígenos conocidos o probables. La Organización Mundial de la Salud ha advertido que no existen garantías sobre su seguridad a largo plazo, y que el cigarrillo electrónico no debe considerarse una herramienta terapéutica para dejar de fumar.
En Argentina, el uso del cigarrillo electrónico ha crecido especialmente entre adolescentes. Según datos actuales, entre los estudiantes de 13 a 15 años, su uso se estima en un 9 %, con una tendencia ascendente respecto a años anteriores. En la franja de 13 a 18 años, el consumo ronda entre el 8 y el 10 %, y casi el 50 % ha manifestado interés en probarlo. La edad promedio de inicio se ubica entre los 14 y los 15 años, lo que expone a esta población a sustancias adictivas en una etapa de gran vulnerabilidad.
A nivel internacional, América Latina muestra un promedio de uso juvenil cercano al 19 %, con marcadas diferencias entre países. En Estados Unidos y Europa, el consumo varía entre el 7 y el 20 %, con picos que superan el 30 % en algunas regiones.
Argentina: entre la prohibición y el auge del consumo
A pesar de que desde 2011 la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) prohíbe la venta, importación, publicidad y distribución de estos dispositivos, los vapeadores circulan con facilidad. Casi un 9 % de los adolescentes argentinos los usa con regularidad, un 38 % ya los ha probado alguna vez y alrededor de la mitad considera hacerlo en el futuro cercano.
Las redes sociales, el boca a boca entre pares y la falta de control familiar son las vías más habituales de acceso. Organismos como la SAN y la SAP insisten en que el vapeo no es inofensivo: puede convertirse en la puerta de entrada al tabaquismo y otras formas de consumo problemático, con consecuencias que exceden el plano individual y afectan directamente la salud pública.