Cuando la vida nos enfrenta a personas o situaciones que nos confunden, cuando nos encontramos metidos en
hechos con los que no coincidimos, cuando las acciones de allegados no se corresponden con la manera propia de actuar; en esos momentos delicados se mueven estructuras y necesitamos saber dónde estamos parados. Para comenzar con este trabajo de limpieza de energías, tendremos que reconocer que nadie tiene poder sobre nosotros… a menos que nosotros mismos se lo hayamos dado. Cuando detectamos que es esa la situación, que la otra persona se tomó más atribuciones de las que le conciernen, tranquilamente, a solas, visualizándola, la nombramos y le decimos:
“Retiro el poder que tengas sobre mí”.
A continuación nos disponemos a sanar esa relación. Para ello debemos comprender que ante acontecimientos cruciales es sabio soltar, bendecir, amar.
¿Cómo se hace?
Reconociendo que lo más importante para nosotros, somos nosotros mismos. Y que solamente si sentimos en nuestro interior que actuamos bien, conforme a nuestros principios, estaremos en paz.
Una vez que establecimos la pureza de nuestras acciones, cuando reconocemos que no nos tenemos nada que reprochar, decimos que vamos a sanear esa relación.
En estado de quietud, con firmeza y autoridad, imaginamos a aquellos con los que tenemos diferencias y les decimos:
“Suelto ahora los lazos que nos unían. Te suelto para que continúes con tu camino y me quedo en paz”.
“Te bendigo, deseo para tu vida lo mejor. Que Dios en ti te colme de bendiciones”-
“El amor es el determinante en toda vida. El mismo amor se manifiesta en ti y en mí. Te envío mi amor y quedo libre”. Que así sea.
M.S.F