Un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Puso una canasta llena de frutas cerca de un árbol y le dijo a los niños que aquel que llegara primero ganaría todas las frutas. Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después se sentaron en grupo a disfrutar del premio. Esa historia funciona dado que la respuesta de esos niños nos sorprende. Por qué nos sorprende, es la pregunta.
“Umuntu, nigumuntu, nagamuntu”, en zulú significa “una persona es una persona a causa de los demás.” Ubuntu es una actitud, una filosofía que prima el bien común sobre el individual, porque “Todo lo que es mío, es para todos”. A lo largo de la historia muchas figuras encarnaron ubuntu, e intentaron guiar a una comunidad a través de esta filosofía de compasión, reciprocidad, dignidad y armonía, que quiere mantener una unidad justa y pacífica. Sin embargo no es suficiente con que pequeños grupos lo tomen como su forma de vida, para establecerlo hace falta que sea un valor hegemónico, si no es total, que la mayoría o que lo grupos que tienen el poder de poner las normas de la sociedad, lo apliquen. Mientras la mayor parte de la gente se sorprenda ante la historia del antropólogo y los niños, su actitud sigue siendo inverosímil.
No puedo evitar pensar en algo que me contaron, un dueño de un frigorífico en Buenos Aires, se encargaba de tomar las listas de compras de todos sus empleados para hacer una gran compra mayorista y ahorrarles dinero a todos ellos; también tenía un fondo común, al que todos aportaban, para solventar gastos extraordinarios que la obra social de los trabajadores no cubriera. Eso es Ubuntu.
Ubuntu viene de la comprensión de que la vida de cada uno está profundamente ligada a la del otro y de la elección de utilizar el poder personal para comprometerse con el bien común.
En nuestra sociedad hay ayuda, hay comunidad, pero también está “la banca solidaria”, entre otros, que nos da créditos pero se llevan más en intereses de lo que nos dieron. Esto nos sirve, entonces lo aceptamos, nos parece lógico que esperen obtener ganancias, por supuesto. Ni siquiera nos ponemos a pensar que la cooperación y la ayuda que recibimos podría ser desinteresada, es una utopía por supuesto, pero es una linda utopía. En una situación como la que vivimos hoy, en nuestro país y en el mundo, dónde 42 personas tienen la misma riqueza económica que la mitad del planeta* -3700 millones de personas-, dónde la balanza entre cuidado ambiental y ganancia se inclina por la última, imaginar que podemos pensar como comunidad y dejar de tratar de subir pisando cabezas da esperanza<
*Según OXFAM una asociación original del Reino Unido que trabaja internacionalmente contra la pobreza y el sufrimiento.
Catalina Llarín
CONVIVIR