Muchas veces hemos oído que a partir de las vivencias que cada uno trae incorporadas, más las señas particulares de la personalidad y lo heredado; todos respondemos de manera única a los estímulos que reci- bimos. Y esto tiene que ver con el resultado final: con lo que somos y con aquello en lo que nos hemos convertido. Porque en esta época en que cada uno manifiesta su verdad a voz en cuello, parece que todos a la vez tenemos razón. Y sin lugar a dudas que debe ser así. Todos tenemos motivos propios y verdades personales que defendemos con fruición.
Si tratamos de mirar objetivamente, desde afuera, a varias personas durante una discusión veremos que,
efectivamente, todos tienen razón, o sea: todos muestran parte de la verdad. O visto desde otro lado, todos son como niños que no saben conciliar los intereses comunes y defienden unilateralmente sus principios. Y pensar que todos, quien más quien menos, todos creemos que estamos en lo cierto y que «nuestra verdad» es la única. Y la mejor.
Quién tuviera un poder tal que le permitiera irse fuera de este mundo, en lo que llamaríamos algún nivel superior de entendimiento, para ver cuál será «la verdad de la milanesa». Seguramente, si eso fuera posible, reiríamos
un largo rato al vernos discutir tanto por causas que a veces hasta resultan indefendibles. Pero como estamos bien metidos aquí dentro de este hermoso mundo, y como somos apenas unos estudiantes de primer grado en esto de ser «humanos»,
tenemos que atenernos a lo que hay y tratar individualmente de superarnos.
Porque cada uno de nosotros estamos en una determinada etapa de nuestro crecimiento como personas. Por eso a veces cuesta entenderse y se producen fricciones. Se ve la verdad desde distintos ángulos: “No entendiste nada”, dice uno. “No entendió nada”, piensa el otro. Y los dos entendieron a su manera, como pudieron.
Conócete a ti mismo… y conocerás a Dios. Y para conocerse uno mismo hay que experimentar. Experimentar con las actitudes para limar las aristas de la personalidad, aquellas que nos impiden mejorar. Si un amigo hace tiempo que no me llama: lo llamo yo, dejando el orgullo a un lado. Si peleamos con mi pareja, busco la manera de amigarnos. Si no coincido con mis padres, igual los acepto tal como son. Como también tendría que tratar de aceptar las distintas religiones, como caminos válidos para llegar a Dios. Todo sirve y todo está bien. Y lo más importante: todos vamos a alcanzar la meta. La victoria está asegurada.
M.S.F